Confianza ciega

No confío ni en mí mismo. Quizá sea por las veces que me he traicionado. He hecho concesiones a gente que no sabe guardar ningún secreto. Yo creía que mi confianza estaba blindada a prueba de bombas. Pero no. Mi confianza me crea problemas, me fío mucho de los desconocidos y por eso no doy ninguna tregua a la confianza ni al hecho de hacer concesiones. Una de las cosas que he aprendido en esta vida, a pesar de no confiar ahora en nadie, es poder intentar no traicionarme a mí mismo. La verdad es que aún fiándome me han hecho dar marcha atrás. No creo en nada ni en nadie. Ahora estoy solo, unos dicen: —Por tu mala cabeza. Y sí, tienen razón. Pero yo quisiera tener personas de confianza. No pretendo dar lástima con mi naturaleza autodestructiva. Mi confianza ciega en las personas es estar lo más lejos posible de ellas. No creo a la humanidad como salvadora del alma inocente. Si yo no hubiera conocido la gran verdad de la vida no podría escribir nada coherente y auténtico. Fui primero sordo, luego fui ciego, y ahora siento más de la cuenta. A veces creo perder la cabeza, sobre todo cuando estoy cansando. Mi cerebro a veces es un vergel de endorfinas, y en otras ocasiones, todo lo contrario. En fin, la confianza se demuestra caminando y de los errores se aprende. Pero de lo que más aprendo en esta vida es a apartarme de todo aquello que no me dé cierta complicidad y buena y grata compañía. La traición es ahora tan normalizada como una cuchara o un triste tenedor. Te traicionarán aquellos que en su día te defendieron.

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