Estoy viendo Citizenfour en la 2 de TVE, es la tercera entrega de una trilogía sobre EE.UU. Es un trabajo de Laura Poitras y el reportero Glenn Greenwald que tiene la osadía de ir a Hong Kong para entrevistarse con Eduard Snowden. Snowden les mandaba mensajes por email encriptados desde allí y no dudaron en reunirse con él de forma que de esta manera se completaba su trilogía sobre las consecuencias del 11-S. En la entrevista-documental se muestra lo expuestos que estamos a la cibervigilancia en todos los aspectos que tengan que ver con las cosas cotidianas que hacemos a diario desde varios dispositivos, esto incluye a marcas muy conocidas en temas de Internet. En el documental se muestra una conferencia efectuada por Jacob Appelbaum para los chicos de Occupy Wall Street donde se dan unas claves, en las cuales, el FBI y la policía realizan una serie de prácticas poco agradables y nada atractivas para cualquier dirigente opositor a la causa de EE.UU. Suena a tópico citar la obra 1984 de George Orwell, pero las cosas a las que te pueden someter superan la ficción y son aterradoras, aunque ya hemos visto la cara de esa contraterrorista política en imágenes como Abu Ghraib e Irak. Eduard Snowden es un héroe de esta nueva era digital, al igual que el mencionado anteriormente Jacob Applebaum, Julian Assange y Richard Stallman y todos los chicos del Software Free, los chicos que creen en el Copyleft, y todos aquellos que estamos cansados de que nos espíen, de que nos tengan en este clima de falsa apariencia de normalidad. Desde el 11-S han cambiado muchas cosas para peor. Quieren tener a la izquierda bajo el punto de mira, bajo el yugo del bloqueo económico, constantemente, a cualquier hora, en todo momento. Información, manipulación, cibernética del espionaje. El objetivo de ahora es Venezuela, la masa hipócrita une a músicos de éxito con la excusa de conseguir fondos para la ayuda humanitaria para los venezolanos, los músicos engatusados con la moneda de cambio en temas de impuestos tributarios aceptan a actuar gratis creyendo que van a salvar al mundo, y el fin, el único fin, es el petróleo venezolano. Si quieren ayudar que no les bloqueen con sanciones imposibles, con la anulación de activos provenientes de EE.UU o de Europa; otros países les ayudan (quizá también quieran el petróleo venezolano) y no les piden ningún cambio de gobierno. No quieren a la izquierda. Se mean en la sopa de los pobres, poco les importa Afganistán, Irak, Cuba, siempre bajo el manto negro del terrorismo de estado. Siempre con el temor de que el pueblo se rebele.
Archivo por meses: febrero 2019
canto a las patrias putas
Si tú supieras que en Úbeda no hay cerros
y que es catalana la flamencona Rosalía,
y cuando cruzo el límite de Despeñaperros
y me siento arribado a la gran Andalucía,
siento un vacío y un alivio que quita hierros
sin ser plural ni singular de esta frontera huía,
de la nariz de este charnego ya no salen terros
y mucho de lo que chamullan es habladuría,
amigos catalanes a montones yo tengo
y ellos no me negaron nunca una bulería,
yo creo que nadie debiera estar hoy preso
por una idea, una causa, una remota alegría,
yo a Catalunya y a España también las quiero
y la justicia siendo yo pobre, ya que no es mía,
tampoco resulta una patria ser el remedio
y toda paparrucha que resulte una copla fría,
Yo de mi raigambre andaluza no reniego,
tampoco de esta Catalunya que pide amnistía,
si en un envite un facha te hace un griego
els segadors sin renuncio yo de veras cantaría.
Capplannetta y un Vespino
Capplannetta tenía una novia muy lejos de su barrio, y al no tener vehículo tenía que ir al barrio de la chica pateando. Corría el año 1991 y su ciudad estaba lejana de todo, incluso de aquello que iba a suceder en el futuro, imagínense su barrio. No era la primera vez que éste andaba cruzando cinco, incluso seis barrios hasta llegar al suyo. Una noche de invierno había dejado a su novia en la casa de sus padres y se dispuso a andar hasta la casa donde él vivía junto a su familia. De camino a su barrio vio a unos metros cómo un pizzero aparcaba su Vespino (ciclomotor) y subía a un edificio a entregar la pizza recién hecha. Se dijo: -Esta es la mía, ni corto ni perezoso agarró el Vespino y se dijo, pues vámonos a casa. De camino al barrio tiritaba de frío, lagrimeaba debido a la velocidad y reía sin parar. Llegó a su barrio y empezó a dar vueltas a una plazoleta gritando: ¡Me he metido a pizzero! ¡Me he metido a pizzero! Sus amigos que estaban en la plaza pasando frío no daban crédito, se partían de la risa, se quedaron alucinados cuando vieron a Capplannetta dando vueltas y gritando en aquel Vespino de pizzero. Se fueron sus amigos y él hacia un bosque aledaño al barrio de estos, y allí le quitaron la caja de llevar las pizzas. Quedó un Vespino con un solo sillín y ese fue el transporte de Capplannetta durante días. De vez en cuando lo cogía un amigo que también tenía novia muy lejos del barrio. A veces cuando quería cogerlo se encontraba con que el amigo se había adelantado y había cogido el Vespino antes que Capplannetta y éste se enfurecía. Cierto día estaban en un montículo de tierra baldía, en una especie de explanada Capplannetta con el Vespino y sus amigos pasando frío todos agrupados a unos metros de Capplannetta. Éste se hartó de que el amigo le usurpara el Vespino, y también porque veía en ese ciclomotor cierto riesgo que no estaba dispuesto a asumir él solo en el caso de que algo pasara. Digamos que se cansó de aquel ciclomotor. Entonces dejó el acelerador del gas fijo y apuntó el Vespino contra el grupo de amigos apelotonados. Y lo soltó. Quiso gastarles esa broma macabra. Cuando el Vespino sin piloto llegó al punto donde estaban los amigos todos corrieron despavoridos, pero la sorpresa de Capplannetta fue cuando el Vespino siguió su trayecto hacia la carretera estrellándose contra un coche estacionado. Sonó como un estruendo. Y el acelerador se quedó fijo con la rueda trasera del Vespino rodando al aire a toda velocidad. Todos los amigos salieron por patas. Las persianas de los pisos junto a la carretera se abrían para curiosear. Fue tremendo el ruido del choque contra el automóvil aparcado. A Capplannetta se le ocurrió la temeridad de quitarle el acelerador fijado por éste, él sólo quería apagar aquel cacharro en marcha, y mientras tanto se abrían las persianas, Capplannetta se fue corriendo sin haberle podido quitar el gas del acelerador al Vespino por temor a que le reconocieran y lo acusaran. Nadie se atrevía a apagar aquel Vespino. Ahí se quedó ese destrozado Vespino, con el acelerador fijo y deshecho por la parte delantera, y el coche con varios daños por el impacto recibido. Hasta que se le terminó la gasolina el Vespino no paró. Capplannetta tuvo suerte. Esa noche Capplannetta daba gracias a Dios por la suerte de no haber hecho daño a alguien que pasara justo en ese momento. Capplannetta se estremecía tan sólo con pensar si alguien hubiese pasado en ese momento y lo hubiera arroyado. Esa noche Capplannetta no durmió, daba gracias a un Dios piadoso que en ese momento lo protegió. Plegarias y letanías íntimas que agradecían sinceramente a Dios.
Capplannetta estupefacto
Fue en el entierro de mi abuela paterna. Mi abuelo murió muchos años antes que mi abuela, y a mí me pusieron el nombre de pila de mi abuelo. Cuando enterraron a mi abuela hubo que añadir a la lápida de mi abuelo (al que no conocí) el nombre de mi pobre abuela. Los restos mortales de mi abuelo estaban en una bolsa de plástico y los pusieron al fondo del nicho para poder introducir el ataúd de mi abuela. Cuando la introdujeron cerraron el nicho con una lápida interior hasta que pusieran la lápida con la foto de mi abuelo de mármol cuando el nombre de mi abuela estuviera grabado. Para la sorpresa mía estaba mi nombre en la lápida interior pintado con pintura negra. Estaba el nombre y el primer apellido de mi abuelo. Yo me quedé perplejo, pues era como si presenciara ese día en que enterraban a mi abuela, mi propio entierro. Cuando acabaron de enterrarla no paraba de pensar en el asunto. Ese entierro podía ser el mío, pero no, era el de mi abuela. Es algo que no olvidaré. No sólo por el impacto que me provocó el ver allí mi nombre y mi primer apellido con la fecha debajo en números descoloridos por el desgaste del tiempo, también porque yo empezaba a morir por esas fechas, la vida de colores que yo tenía impregnados en mi corazón se fueron agrisando, mis días se estaban empezando a poner invernales. Supongo que ese día no sólo enterraban a mi abuela, mi infancia estaba llegando a su fin, también mi loca adolescencia.