
Yo, que me bordé todos los colores del mundo en mi entraña para encontrar a Dios. Yo, que me esforcé en no llorar a través del que me ve enteritas las carnes, ya que la noche no tiene paredes. Yo, que asumí mi derrota después de haber vivido en el azul de algodones y me convertí en la oscura promesa oculta de los magos del momento. Yo, que quise ser todas las personas y ninguna de ellas me mostró su corazón, es más, me negaron darme la mano, y él desprecio me llevó a mi prisión del destino. Yo, que di y que no di, que soñé con el amor morado de los besos de raza pura, como etíopes mujeres que pregonan su amor de desvelo. Yo, que aprendí de la amistad, que entregué mi corazón, para nadie llegó a ser, pues eso no tiene hoy importancia. Yo, que tengo una soledad de silencioso cementerio y la campana de cristal se rompe, con la compañía de los que se ríen del agua tan mía estancada. Yo, que fui títere y fui marioneta, que fui payaso y fui héroe de la mentira. Yo, que no creo en los salva patrias y visité un día de verano las literas de los legionarios. Yo, que crucé fronteras para apagar mi oscuridad, y un fuego fatuo me supo el amor tan desdichado. Yo, que no sé cuantas flores me puse en la cabeza, en el pelo, en el corazón, en la amistad. Yo, que fui Nerón, fui Adán y fui estorbo, he sido un guijarro en tu zapato y la rosa roja de Sant Jordi me clavó todas sus espinas. Yo, que no tengo grupos de amistades, que me desahogo con lo que escribo, que acabo con las guerras repletas de melancolía. Yo, que he visto una selva donde habitan casi todas las especies de la rutina. Yo que deshago la cama como un loco y me propongo ser un cisne negro cada día. Yo, que nadie fui y a mi madre le prometí una vida plagada de deudas y reproches, porque soy un galeón hundido con el oro del Perú. Yo, que mantuve la calma en la guerra de ambos mundos, y me sofoqué por el garrafón que sirven en los garitos. Yo, que probé toda la vida tóxica, la calamidad del mundo, y el ser esclavo de la noche. Yo, que me puse amarillo de miedo, sí, yo.