Capplannetta se despide del 2020

A la mañana ya no la conozco, me conformo con el atardecer y la delicia de la noche. Suelo yo buscarte entre pandemias y desastres, y ya no te encuentro ni en las fotos. La Navidad confinada dicen que no es un disparate, aunque a mí me ha parecido un disparate todos los años. Seguramente tú me habrás olvidado, ya no uso aquel perfume que tanto te gustaba, y el mal aliento siempre me es fiel como el buen whisky. A veces veo una lluvia de relojes y comparo años nuevos como este, antes había que divertirse y preparar así una loca Nochevieja. Ya no profundizo tanto en los temas de la vida, así me curo en salud. No me asusto de los niños a tropel, aunque por fin no quiera ser padre de mellizos. Te equivocas si crees que todavía te quiero, aunque ya no me asombre lo que has cambiado. Esto no es un anuncio de detergente, ni es un ajuste de cuentas, ya no veo la televisión. Me engatusan los gatos que copulan, aunque tenga que huir siempre el macho alfa. No vende ir con miedo por el bulevar de despertares, no vende la misoginia ni tampoco la homofobia. Tú, en ese escaparate donde te masturbas ya no existe respeto por Dios y los sexos sin sexo. Es un mundo de oropel que te fascina, y de corcho son los decorados, y elegantes van todos disfrazados. Este año el mundo ha sido pandémico y celeste, ha muerto gente a porrillo, pero es mejor ver machos alfas con pectorales, a un inútil barrigón que ni te pone. Me duelen algunas canciones mucho más que las tentaciones que no tengo, aprendí de niño a ser cangrejo, y ando para atrás por si me pisan, el fandango, el asco, la risa. Pero soy más humano, ya no me castigo con la náusea, aunque vomite de olvido en mis noches ambarinas. No creías que un lobo como yo pudiera ser cordero, me dicen los sapos verdes, olvídala, hazte una paja, pero a mi edad no me hago pajas ni voy a Saturno en misiones espaciales. Pues ni soy cosmonauta ni me gusta alejarme de la aeronave. Me gusta el apasionante mundo de los tupperwares, y no me documento sobre delfines, ni colecciono sellos de Nigeria. Hubo una vez un hombre que te quiso y movió cielo y tierra por encontrarte, lo demás era otra historia. 

Capplannetta y el lenguaje no-verbal

A veces al hablar por teléfono debes de quedarte unos segundos en el auricular tras despedir la llamada. Descubres cosas maravillosas, encuentro tantas veces al esperar esos segundos unas grandísimas verdades, que sé lo que piensa sobre mi persona más de uno al hablar por teléfono y esperarme después de finalizar. Hay personas que tienen la costumbre de ser impertinentes mientras estás hablando, cosa que interrumpe la conversación, por lo que la impertinencia es vagamente escuchada con claridad, y cuando no, a veces, se baja el ritmo de la.conversación perdiendo esta fuelle. Hablar por teléfono es cosa de gente con los pies en la tierra, ya que como te pongas a trepar serás cazado al instante, ya que el interlocutor lo notará. Es parte del lenguaje no-verbal en que consiste el hecho de mantener una conversación telefónica. Algunos poetas lo han llamado Los ojos del teléfono, ya que las pausas y el sonido audible en el entorno en sí es casi más interesante que la conversación que se está volviendo caducada como una botella de leche. Las operadoras de telefonía son unas grandes artífices en lo que a interpretar tonos de voz se refiere. Pueden saber ellas/os que según sea el tono de voz que emplee la persona receptora de la oferta o producto saben si hay venta o rechazo al empezar la conversación. Son auténticas/os magas/os en el oficio de mantener una charla, aunque algunas resulten empalagosas, otras tantas, unas elefantas en una cacharrería. Sé de gente que se lleva el teléfono al baño y mientras cagan mantienen una conversación que estando un poco atento, no tiene ningún desperdicio, o sí, quién sabe. Lo que sí sé que como se alargue la conversación y si quieres limpiarte el trasero poco importa poner el altavoz si es un teléfono móvil. 

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Cecilio Olivero

Poemas con nocturnidad

Ediciones Vitruvio

Uno a veces se pregunta qué sentido tiene escribir poesía en estos tiempos de Whatsapp y de redes sociales, pero también de mayor soledad. Al igual que el poeta aquí reseñado, y perdonen que me entrometa tanto, uno tampoco le encuentra mucha sensatez a esta vida cotidiana. No es baladí el comentario: la poesía en buena medida se nutre de cotidianidad y de rutinas con relación a un hipotético sentido global o parcial de la misma, de la poesía o de la vida, acaso sean lo mismo, y no son pocos los autores que han convertido la aparente normalidad, no sé si nueva o añeja, pero bien trillada en todo caso, en materia literaria con extraordinaria brillantez. 

Puede resultar en definitiva tópico y victimista esto del sentido de la poesía hoy, por seguir con la cuestión, en todo caso habría que asumir que lo de escribir y leer poemas sólo es cosa de los poetas y de cuatro amigos despistados, aunque puede que sea mejor dejar de preguntárselo, en el fondo no hay debate, e incorporarlo a la rutina sin más. «Escribo poemas y veo televisión», afirma el autor de este poemario, provocador y exagerado: esta es, al fin, la actitud, una poesía exenta de misticismos, atada a la tierra, a la vida cotidiana.

Así que quien se provea de este poemario se va a encontrar con una reflexión sobre lo cotidiano y un ejercicio de nostalgia –«ya no son de purpurina los sábados noche»–, una vaga reflexión sobre la vida y, sí, también un cierto ajuste de cuentas velado. Habrá quien piense que no es nada nuevo, y no, no lo es, pero desde los tiempos de Enheduanna, hace cuatro mil años, se repiten los temas, los llaman tópicos, y siguen teniendo para muchos un significado. O por lo menos sigue siendo motivo de reflexión y cada poeta aporta su mirada. Bienvenida sea. Respecto a la originalidad, obsérvese que este término no se refiere tanto a lo novedoso, sino al origen. Por algo será. 

De este modo, seguimos con el fracaso, el paso del tiempo, la muerte, la amistad, los recelos, la paternidad, la marginación social, la condición de hijo o la mirada sobre sí mismo, aspectos todos ellos en que se van desgranando los grandes temas de la vida. Hay incluso una reflexión sobre la necesidad de cambiar el mundo, aunque el autor presagia que cualquier intento en tal sentido lleve posiblemente a empeorarlo. Introduce para darle más empaque la anécdota del transportista de una empresa de distribución cuyo acto de rebeldía apenas rompe las reglas de juego, rebeldía fugaz aunque sin duda feliz.

Es una propuesta más, pero interesante, un nuevo intento de restablecer el orden que brinda toda poesía meditada, un libro que requiere, como todos los poemarios, una lectura pausada y cómplice. Vale la pena enfrentarse a él, poco a poco, sin prisas, con paciencia. La vida misma.

capplannetta no-poeta

A veces, o muchas veces, justificamos el hecho de escribir poesía como un acto de ser algo más dentro de lo que se supone el hecho de sentirse o como serlo en la realidad, ya no digamos la gente que no lee ni poesía y no tienen ni siquiera un libro de autoescuela en casa. Hay conceptos sobre los poetas muy infumables, por no decir estereotipados con mala leche. Pero esos, o aquellos poco ha de importarnos como piensen o lo digan. Y ya puestos, ¿qué es un poeta en este siglo? Un poeta no es el que crea unas rimas acertadas huyendo de cacofónicas obviedades. No, un poeta es aquel que vive y se entrega a un arte, digamos mayor, y busca hallar la frase aquella que lo dice y sabemos que es así como se dice. Hay ejemplos de poetas que han evidenciado sus pocas luces aludiéndose como poeta tan sólo por el hecho de haber ganado un concurso de provincias, incluso mucho peor, poetas hay de muy distintas maneras y pensares. Pero es obvio decir que un poeta no debe decir lo ya dicho, o decir lo ya predicho, o caer en el patetismo de ofrendarnos con una frase hecha. Un poeta es causa directa de lo que dice en todo momento. Es otra manera de vivir. Yo comulgo con la no-poesía, aquella que está constituida por una imagen que se abre y se cierra como un libro desplegable. A veces, antes de escribir poesía, nos debemos de preguntar ¿leemos bien poesía? Porque quien adquiere un libro de poesía no adquiere una novela que después abandona en un rincón polvoriento de la casa. Un lector de poesía adquiere un artefacto que contiene un mundo que se debe de leer a paso lento, como si la vida hubiese puesto en nuestras manos un pedazo de eternidad. Un pedazo de eternidad con el que el tiempo que nos envuelve pasa a un ritmo más veloz, incluso si se me permite el término, más vertiginoso. Porque el lector de poesía debe ser cómplice con el poeta, o en este caso, con el no-poeta, ya que no es ni otro ser, ni alguien inferior o superior, es alguien que camina traduciendo la verdad con el lenguaje de la fantasía. Nos traslada a nuestro rincón más confortable y caliente de nosotros mismos. Eso es un no-poeta. 

Capplannetta y el ambarino

Me sigue esa imagen desde la niñez. Un ambarino color como el de la coca-cola al trasluz. Me persigue esa imagen que ha evocado con efluvios como si fuesen ellos una parte de un futuro no tan remoto. Bien, pues el ambarino es el hoy, pues tras haberme regalado mi madre una lámpara de sal ha quedado la sala de estar tras la llegada de la noche con ese ambarino presentido o efluvio que rezuma de oscuridad y preámbulo de algo que me ha acompañado siempre. Quizá sea la muerte pero, venga va, no nos pongamos derrotistas, quizá sea el hecho que, esperado o no, me ha hecho un ser maduro, que aunque con gran retraso, llegue en un momento especial que sin yo saberlo lo esperaba. ¿Vendrán buenas nuevas? ¿Es la señal de que aún estoy en el camino? La primera vez que tuve ese presentimiento es mirando muy pequeño el trasluz de la coca-cola que se estaba tomando mi padre. La segunda vez fue cuando me invitaron al cumpleaños de un niño que mi padre atropelló en el día de la Madre. La siguiente vez las recuerdo de adolescente en la discoteca, esa luz ambarina que tienen los reservados para parejas. Las siguientes veces bebiendo un whisky con coca-cola en un bar ya de adulto. Dios mío, esto parece un anuncio de Coca-cola. No, en serio. Es un ambarino de luces entre marrón y una oscuridad apacible. Piensen lo que quieran, pero también puede ser que esté en la mierda más absoluta. Fuera bromas. Ese Ámbar especial lo he encontrado ahora, y ahora gozo de una paz tardía aunque no remota desde que la presentí en aquella primera vez. De verdad les digo que esto no es que sea un presentimiento, pero todavía no he hallado la plenitud total. Recuerdo de adolescente que una niña se resguardaba de la luz solar con un trapo de terciopelo negro. Se lo ponía en la cara, y al parecer, la suavidad del terciopelo le causaba cierto placer. ¿Tiene eso algo que ver con lo que me ocurre a mí con el ambarino oscuro? No lo sé, pero todos guardamos fragmentos de un destino por el que pasaremos sí o sí. Y no pretendo ir de místico. Hablo de la percepción en imágenes de lo que seremos, o de lo que queremos ser. No sé, tal vez todos los encuentros con ese ambarino sean una prematura cadena de vivencias que frecuento hoy, no sin asombro. Aunque pueda parecer una tontería, pero el destino es caprichoso, como el humo, y está ahí para ponernos en el lugar idóneo una vez hayamos recogido aquello por lo que luchar, o mejor decir que es la cosecha tardía cuando se siembra algo prematuramente. Todos son cábalas y las piezas de un rompecabezas que no entenderemos bien del todo hasta que nos pase aquello por lo que vivimos. Es como observar en distintas partes del tiempo lo que seremos. 

Capplannetta y sus minutos de spotify 2020

Hoy he recibido un email diciéndome que este año 2020 he escuchado música a través de Spotify durante 166.287 minutos. Hecho que me parece, no ya asombroso, sino que me parece que se quedan cortos. Suelo escuchar mucha música, y a parte de las playlist que sigo y otras que yo he creado paso todo el día escuchando música. No es una cosa de la que yo presuma, aunque sí es una realidad de la que no me escondo. He visto después la música que suelo escuchar y parte desde flamenco, a intérpretes de música de cualquier lugar del mundo, aunque casi siempre en español. En inglés escucho jazz, pero todo lo demás es música latina, desde música salsa, cumbia, tango, milonga, guaracha, canción ligera, cantautores, pop de los ochenta y noventa, aunque también me gusta la música clásica y las baladas de Scorpions. Porque 166.287 minutos es mucho tiempo. A mí el flamenco me gusta, mis padres son andaluces, pero es que hay montones de músicas que me gustan y no me ata ningún parentesco con ese tipo de música. Escucho también música africana, escucho a Simin Ghanem, que es iraní. Escucho música desde Egipto hasta la gran maravilla que he descubierto hace poco, a Rafael Berrio. También escucho Serrat, Sabina, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, también Facundo Cabral, y mis favoritos, Enrique Morente y Camarón de la Isla. De música clásica me gusta el Adagio de Alessandro Marcello, me gusta Beethoven, me gusta Bach, y Mozart, y un largo etcétera. Con esto que relato en este post no pretendo ser un ejemplo, aunque es un dato del que me siento orgulloso y lo he logrado sin ningún esfuerzo emocional, tan sólo por lo que me gusta la música. Es algo que no puedo evitar aunque quisiera, es una droga.