Capplannetta y los lapsus verbales

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Ayer, sin ir más lejos, me ocurrió una cosa que ya me ha ocurrido otras veces, aunque ésta vez fue con mi amigo Juan A. Herdi. Estuvimos hablando a lo mejor una hora y algo más, ya que Juan A. tiene una conversación siempre o casi siempre interesante, y le estaba contando episodios de mi etapa de cantaor flamenco y las frases, al menos cuenta me di, eran un desastre por completo. En la conversación lo mezclaba todo como si quisiera decirlo todo de una vez, y me convertí en un parlanchín patoso que, entre sus lapsus verbales y lo nervioso que me pone hablar por teléfono, no daba pie con bola y me hice un lío, no creo que Juan A. se riera de mí en absoluto, pero yo sí sentí vergüenza de lo mal que me expresaba. El asunto es que a veces me ocurre que quiero decir cosas y acabo diciendo otras. Dicen que esto es debido a que cuando tratas de utilizar un lenguaje enrevesado cometes más errores que cuando hablas como tú eres, aunque con soltura, pero mi dilema no es ese, mi dilema proviene de que como tengo acento sureño trato de mejorarlo siseando y con esta intención, que es normal, como la de querer que se le entienda a uno, entonces me convierto en un conversador patoso y torpe, porque para nada soy un gran conversador, digamos que mi vocabulario parte de la palabra escrita, tampoco suelo ser muy elocuente hablando, en realidad hablo muy mal, puedo parecer un hombre sencillo, o un hombre del extrarradio, así que es tontería que trate de fingir quien en realidad no soy metiéndome en galimatías verborreicos. Mi pasado habla más de mí presente que, aquello del presente que trate (irremediablemente) de fingir un futuro, por el que ya es muy poco probable que cambie de naturaleza verbal. Empecé a interesarme por la cultura hace bien poco, y no soy un gran lector (debo admitir) pero estoy empezando a serlo. Ante todo soy honesto. He tenido un pasado del cual me avergüenzo, aunque no me avergüenzo de lo que soy, pues Dios me puso en la Tierra no solamente porque en este mundo debe haber de todo. Puse remedio. Y nunca es tarde si la dicha es buena. Yo, aunque ya lo dijeran otros en su tiempo preciso, confieso que he vivido. He vivido vida, vida en todas sus vertientes, vida de la que intuyo cierta bendición divina, pues he tenido mucha suerte para acabar como he acabado, aunque ustedes no comprendan el porqué lo digo. Aunque no soy la sombra de lo que fui, pero sigo cantando la misma canción libertaria que libera a los hombres de su esclavitud. Me consuela pensar en eso, me consuela pensar que un día me puse a lomos de Rocinante y partí hacia la aventura y el nuevo despertar. Así como tantos otros literatos lo hicieron como Rimbaud, Baudelaire, Whitman, Yeats, Neruda y Virginia Woolf, confinados o viajeros vivieron una vida junto a la palabra, la escrita y la hablada. Se han dado casos como el de un experimento en la Universidad de California donde se estudió la manera de hablar de hombres junto al cuerpo desnudo de una mujer atractiva, y el resultado era apabullante, al parecer todos en general se entorpecían en un lapsus verbal que era del todo imposible que pudieran remediar. Y también creo que es preferible usar una forma de hablar sencilla y nada aparatosa, para que te entiendan todos sin excepción. Hablen bien, carajo, no cuesta ni una puta mierda.