Muchos se conforman con ser mero actor secundario en esta vida repleta ella de protagonistas. Cada uno vive su vida a su manera, yo me conformo con ver la vida venir, en dar un diagnóstico antes que la enfermedad lo mate a uno, es difícil a veces, influyen demasiados factores a la contra, pero hay cosas tan evidentes que te saltan a la vista. A veces tener demasiado protagonismo te pone delante ante lo elemental, alguna gente no siente vergüenza ajena, y menos de sí mismos, por ello les encanta la exhibición, pero los hay a quienes los calas con que abran la boca o con verles la cara. Yo, por educación, callo. Por eso dirán aquello de quién calla otorga, ¿y qué se otorga? El beneficio de la duda. Es mejor darle a todo el mundo el papel de presunto, salvo a los que no tengan ningún perdón, ¿y qué hecho en la vida no debe perdonarse? Dos, a mi parecer, son las cosas que no perdonaría jamás, la ingratitud y la barbarie vista con ojos de hombre noble y justo. Yo he podido pecar de muchas cosas en la vida, pero nunca de ingrato o bestia, aunque el adjetivo bestia está visto desde una visión impropia de bestias humanas, yo llamaría bárbaro al que daña a un pueblo, al bellaco, al que origina un holocausto, o una masacre. Eso para mí es deleznable. Por eso hay personas que no merecen la vida, aunque se las perdone, porque éstos están desprovistos de humanidad. Lo que es penoso es juzgar a una minoría enferma (enfermos de esquizofrenia ejem.) porque aquel que padece de la misma causa que esa minoría haya cometido una barbaridad. Eso es injusto, y produce una estigmatización social nada agradable.