
He pensado, de un tiempo hasta aquí, muchas veces en el suicidio. Y no lo hago por amor a mis padres, ya que después del gran sacrificio que han hecho para mi persona no puedo hacerles esa putada. Para evitar el suicidio pienso en lo que lloraría la pobre de mi madre, también mi padre. Sólo por evitarles esa parte descarto el acto del suicidio. También pienso en mis hermanos. Aunque no nos veamos demasiado sé a ciencia cierta que me recordarían siempre. Si me suicidara mi madre se volvería loca, literalmente. Mi padre se sentiría como la milonga de Antonio Molina, La hija de Juan Simón. Como si enterrara su propio corazón. Mis hermanos no levantarían cabeza. Nada más por la tristeza de mi entorno y mi familia directa no lo hago. Se poblarían de polvo aquellos muebles que mi madre pasaba el paño a diario, comerían comidas preparadas, ya que no tendrían ganas de cocinar. Se repartirían las cosas materiales y solamente heredarían deudas. Arañarían la culpa a los inocentes, y buscarían respuestas allá donde no hubo jamás preguntas. Pienso que es fácil quitarse la vida, lo difícil es vivirla, y aunque a veces la vida sea un montón de tropiezos y asignaturas pendientes para septiembre, la vida es bella. Porque puede que hoy tengamos un día malo, pero quizá al transcurrir unas horas, o al día siguiente, las cosas mejoren. Suicidarse es precipitarse. Ya no digo anticiparse, que sería mera cobardía, sería un acto precipitado del que cuando llegáramos a la nada, solamente estaríamos abocados a la nada más profunda. Suicidarse por cosas materiales es una verdadera tontería, lo que realmente sería una tragedia, es la de suicidarse por hacerlo a una edad temprana. También por dar una lección por despecho o resentimiento.