En esta bitácora se sigue una norma: no repetirse, no hacer daño a nadie, y en el caso de que se haga daño, que sea haciendo un ejercicio de crítica constructiva que intente herir lo menos posible. Prefiero mil veces no escribir nada, antes que no respetando los parámetros anteriormente mencionados. También huyo de escribir por escribir, no busco la retórica vacía, busco la conmiseración para con los demás, busco empatía, nunca conflicto, y cuando he insultado o he hecho daño a través de estas publicaciones que expongo; quiero decir ahora que jamás quise hacer daño, que rechazo polémicas de cualquier tipo, que el insulto resulta más corrosivo cuando se le da a éste la importancia tóxica que nos duele y nos repercute en su influencia. Mientras no se le quiten a las palabras el peso o la dureza serán peso y dureza en nuestro interior. La violencia verbal genera aún más violencia verbal, y no nos extrañemos, que si hacemos daño de algún tipo, ese mal se vuelva en nuestra contra. Una palabra vacía no duele, pero se requiere estómago para digerir las palabras que nos dicen, muchas de éstas palabras carecen de sentido, pero otras llevan en su interior un veneno que resulta imposible de digerir, pero ¿qué sería de nosotros sin la ironía? La ironía es necesaria, la sátira una válvula de escape, lo que es imperdonable es el insulto. Solamente los ceporros creen hacer un mal menor con el insulto, e insultar puede molestar o ser tan inofensivo con el aliento de una canción certera, ¿cómo montarse en el autobús con gente a la que le abandona el desodorante?