
La psicología humana es un enigma. El cuerpo humano también lo es, pero la psique es ese punto del enigma del que no se tiene ninguna certeza y todo son cavilaciones en pos de aclarar tales enigmas. El momento y el hecho más temido por el hombre es la soledad, y la soledad puede verse trazada por distintas maneras de psicología, puede incluso ser un bálsamo reconstituyente o una esclavitud de la que no percibimos nuestras alas hasta que nos acostumbramos a ella. Hoy día la soledad es el estado anímico del que muchos huyen y otros van en su busca. Mientras hay soledad todo empieza teniendo sentido, pero el ser humano es gregario por naturaleza. Es parte de nuestra peculiar psique. Tememos a la soledad porque no la llenamos de pequeños placeres, la llenamos de hastío y momentos de vacío emocional. La religión es el sustitutivo de la soledad y pedimos misericordia y conmiseración como conductas de nuestra difícil existencia. La existencia al vernos solos se convierte en tedio y estar solos en compañía de alguien es la mayor de las soledades. Porque es doblemente soledad. Una soledad con el sustrato de insatisfacción acompañados por presencias que nos vacían más el alma que lo que nos llena, ¿y eso es una debilidad nuestra o una seña de la compañía que tenemos? La mayor soledad y la más evidente es que, queramos o no, morimos solos. Aunque estés en compañía el proceso de óbito es un hecho de total soledad del que no podemos eludir el aberrante espectro de desconexión de los sentidos paulatinamente a la vez que vamos dejando una materia para trasformarnos en otra. Es enigmática la vida, es enigmática la psique, y también debe serlo la muerte. Hay un momento por el que cruzamos los seres humanos. La soledad al trasmutar lo evidente.