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La amarga bilis de la soledad

En el día de la proclamación de mi muerte espiritual comprobé el regusto de la soledad. Mi madre me dijo: —si te pasara algo, tu padre y yo nos moríamos. Conocí la conspiración a los hijos del mar. Sabía a salitre y olía a brea. En el fondo marino, del cementerio al fondo eterno del misterio, donde los calamares son gigantes y hay criaturas que huyen del sol porque no les ama, hay gente extraña que enciende su luz entre los párpados de la noche. Entre un pestañeo y otro. Ese es el don de los necios acróbatas. Por eso tienen memoria de pez, y por eso estás tú ahí. Para recordármelo y empujarme al abismo. Me lo recuerdas con sed de venganza. No gusta a nadie que te fastidien la noche. Los hijos del mar son escozor y duda, olvido y el reflejo del óbito. Cuando era un niño, un niño inocente y timorato como un ángel, estaba en un tren de moqueta y sueño. Y en la boca de una chimenea con un orificio no muy grande y ni demasiado pequeño. El tamaño justo para la trampa, una niña me dijo: —ven y mira por aquí. Señalándome al agujero, y ella, vengativamente sedienta me escupió en la cara. Sentí por aquel entonces una traición que me descompuso el alma, el espíritu, todo. Mi madre regañó a la niña. Estábamos en la consulta del pediatra. No se podía hacer demasiado ruido. La madre se enzarzó con mi madre en una discusión, mi madre le dijo: —Señora, su hija ha escupido a mi hijo en la cara. Y la madre de la niña le dijo: —Son solo niños, es una broma. Mi madre miró a la mujer con odio y silencio obligado, no por la madre, sino por mí. La inocencia es algo infravalorado. Quizá sea esa escena, la del matrimonio entre el cielo y el infierno. El infierno, ¿es inocencia o está resabiado? La inocencia de los niños que los devora la calle. Juegan en la calle con hormigas cabezonas y les quitan sus antenas. Y luchan entre ellas sin el sentido de la telepatía del insecto. Este país es mås africano que europeo. Sólo tienes que ver sus hormigas. Sus hormigas como las de la mano en El perro andaluz de Buñuel. La verdadera tragicomedia de la inocencia es que abusa la resabiada noche empujando a los niños sacando su lengua borrachos de odio.