
El vértigo que me produce esta altura de entresuelo, este pañuelo anudado en el cuello, este caminar sin quererlo, esta elegía sin consuelo, pues perdí hace tiempo el resuello y no tengo ya más. Sucumbo a las reglas del juego, sin conocer las reglas y todo lo que en vida dirán, y perdí la calma y perdí la máscara y perdí la cefalea en mi cráneo de lo que dejaste al irte a no sé qué lugar, pero en la vida cruel más de cien derrotas en nuestro destino estarán. Digamos que hoy me acuerdo de ti. De tu voz en paralelo, en esta muerte fría que dejaste al marchar en tu duelo. Hiciste lo que hacen amigos buenos, pedía y pedía, y tú me ofrecías una silla como diván. Hablabas bien de mis poemas, pero los preámbulos a las estratagemas calman la sed que dejé atrás. Estamos hechos para ser muertos, aunque no para olvidar, y esa es probablemente la paz, la paz de los hemisferios y existe tu don de la palabra en tu belleza y la otra sutileza de la tranquilidad. Esa que yo espero y espero, estar muerto no está tan mal. Busco tu voz en los recuerdos, y en las cassettes encuentro tu desinteresada bondad. Últimamente persigo tu voz y tu rapidez tras el silencio. Eras un artista de la palabra escrita, eras un rapsoda de la dolce Vita del corazón hasta la yugular. Ya no se te escucha en la efímera hora y media, donde agonizamos todos por igual. Esta vida es liturgia contrita, pues lo que el hombre no te quita, el caminante y el camino te lo quitará. La desmesura de la poesía es tan parecida a la locura, que las verdades duelen pero es vida y ningún paso marcha atrás. Me devolviste los libros, me apreciabas y yo te apreciaba igual. No me olvidaré de ti jamás, eras bromista, mantenías un tono constante, ya no son los tiempos como cuando antes. Ahora son un incendio en la plata donde pesan los desastres. Pesa la vida, pesa y no hables, aunque si callas te echarán del baile. Un chico joven era, hasta que con tu repentina muerte te marchaste. La carne se hace silencio y el sueño inquieto del caminante. Lluis, Lluis Ricart, eras un amigo, y generoso quizá de más. Ya no recitarás mis versos, y yo no querré otro rapsoda tan singular. Me abriste una tribuna, mi voz temblona me causa hoy cierta vergüenza sin par. Dame un consejo,, viejo amigo, los reyes de toda la zona no escuchará al gran Lluis Ricart. Era buena persona, Dios los cría y ellos se juntan, aunque esta evidencia zurda es un responso en tu Barberá. La ciudad me sigue los pasos, me aconsejo huir de fracasos. Me aconsejo tu sonrisa que más que miga es puro bocado de pan.