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Capplannetta y el adiós constante

A veces no puedo mantener un conexo entre lo que digo y lo que pienso. Tras los ojos de tu teléfono suena con más fuerza el pulso que el murmurado dialecto. Yo no comprendo este dolor mío y éste adiós constante, te suplico, yo te imploro, pero te vas yendo y mi vacío es un ciego hasta-luego, volveré, te lo prometo, me dices tú y yo te creo, te creo, como un niño al que le prometen juego y después llora con la esperanza de lejos. Mi realidad no es la tuya. Yo en tu realidad te prometo un devorado esqueleto de pájaro pequeño, cruzo autopistas, atravieso empeños, busco la verdad del agua en el óxido del hierro. Conquisto ciudades que no quieren extranjeros, trepo las cornisas miedoso por respeto. Y siempre el adiós constante se hace más y más grande, yo me bebo mi propio veneno, y me sacudo, canto luego, y descubro en los úteros del tiempo que soy el último, y el primero, por un lado tu recuerdo, por el otro me entretengo. Yunta de esclavos atraviesan los invernaderos, cogen dormideras, cogen yermos lascivos vientos que tormenta se harán cuerpo adentro. Patíbulos de criminales confesos te castigan la fiebre del elemental alfabeto, y discrepas con los solteros de sí el matrimonio es malo o es bueno. Yo me voy cansado y de noes repleto, cautivo me encontraré en los hogares desnudos por completo, anfibio tú rondarás el espacio que aparento, y lagartijas y estrellas de mar serán tu esperanza y consuelo. Que no me digan jamás que lindo con mi pensamiento, no interpretes una verdad que es vacua como el que se agacha a coger un céntimo. Ya llegaron las llagas, y te escupo y te muerdo, ya no serás más adiós constante, serás lo que no me atrevo a mirar aunque lo intento. Seré un sueño estando despierto, serás trago de alcohol, risa y sueño del vuelo.