
En el agridulce parnaso de los buenos poetas le siguen a la zaga veintitrés poetastros. Hay muchos autores y muy pocos serán los que se consagren, no considero que tener reconocimiento sea una tontería, lo que sí es ridículo matar dos pájaros de un tiro. Una vez reconocidos tantos escritores que se creen líderes de una banda de rock o poetas de reinas sufíes. La realidad es que todos buscamos el premio gordo, aunque algunos, como yo, hayan empezado por El Libro Gordo de Petete. Desde los clásicos todo está escrito. Desde Sócrates a Aristóteles, desde Mark Twain a Dickens, desde Kafka a Truman Capote, desde Gabriel García Márquez a Juan Marsé, desde Leopoldo María Panero a Jaime Gil de Biedma. Chile es un lugar fértil para poetas y escribanos, New York es una jungla donde Sigmund Freud y Darwin suben por los rascacielos. Escribir es cosa fácil dicen los que escriben mal, escribir es un asunto difícil dicen los que no creen demasiado en ellos, pero el que escribe bien de verdad corrige, corrige mientras lee, repasa lo reciente, reserva lo anterior, la inspiración le regala una frase coherente, y a un poeta le ceden un buen poema de desamor. Los lectores acérrimos los contratan las editoriales para el sí y para él no. Informes, burocracia asolapada, lectura en el acantilado, quisieran escribir de pie, como lo hacía Hemingway. Hoy todo está escrito. El nuevo universo o multiverso lo acapara la literatura femenina. Conseguirán que los escritores varones crucen por una autovía con un tráfico que arrolla y en mitad de la autovía recuerden que tienen que retroceder. Así es. Los escritores masculinos deben de ser muy buenos, hasta dejar al público deslumbrado, por tanto talento demostrado para no ser ganadores, aunque sí finalistas.