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Su tabaco, Gracias

Echo de menos la voz enlatada de las máquinas de tabaco en las gasolineras. Ellas me decían lo que dicen todas. Su tabaco, gracias. Yo le contestaba: —de nada. Fumar un cigarrillo, solo uno. Para disipar la fiebre, para reencontrarme con el humo azulado de un cigarrillo. Cuando llega la hora de los reproches me vienen unas ganas locas de fumar un cigarrillo. Tan solo uno. Con uno me conformo. El momento de los reproches es una incontinencia de sentimientos que hay que dar salida como una necesidad para el consuelo. Un pájaro negro vuela desde mi mirada. Agazapado está en el bosque de mi locura. No quiero hacer de esto una terrible tragedia. Pero un cigarrillo, por el amor De Dios. Eso no se le niega a nadie. Ya sé que es vicio que persiste entre calenturas y sudores fríos como la escarcha. Mi tabaco no será una manía más de la que escapar. El tabaco es muy difícil de dejarlo. Hay momentos que lo pasas realmente mal. Por ejemplo cuando despiertas del sueño, incluso cuando duermes te acuerdas del tabaco. Luego está el momento de después de comer, y también de cenar, siempre aparece las ansias por un cigarrillo. Pero hay que resistir aunque sufras.

Capplannetta se cuestiona

¿De qué soy preso? ¿De estas cuatro paredes? ¿De mis libros? ¿Del exterior? ¿De lo de adentro? ¿De mi conciencia? ¿De mi intelecto? ¿De qué sigo preso? Si no puedo mantener mi equilibrio, si no puedo vivir el momento. Entregarte a la literatura parece una cosa fácil. Pero va en serio este juego lento, solitario, y lleno de trampas, encrucijadas, estados entre la llaga y los duros vericuetos. Ya no hay lugar para ser libre. Tengo un síndrome de abstinencia constante. A veces me falta sexo, otras ansiolíticos, otras un cigarrillo, otras un café, y otras el alma. ¿Por qué y a qué viene el acto de crear a un tipo como yo? Soy una especie de homúnculo que ni es brillante ni verdaderamente consciente del mundo en el que vive. ¿Sobre qué puedo escribir? Si nada sé sobre lagunas y destellos en esta otra parte del mundo. Soy un ascensor que baja y que sube. Todo se hace desde la latitud que a mí me tilda terrestre y a los demás despegados del suelo. Aún así me llaman loco. Mis hermanos del pueblo. Es placentero ignorar la verdad. La absoluta verdad que determina complicidad y camaradería con aquellos que poco les importa lo que ocurra a tipos como yo. La razón por la que soy sueño y tiempo es porque soy humano. Demasiado humano. Un día me evaporaré sin antes no cruzar campos minados, sabotajes premeditados, y conspiraciones con la voz del déspota. ¿Creen ustedes que basta con cerrar la llave? ¿Por qué será que donde quiera que voy me sigue una negra lógica? ¿Qué truco tendré que realizar para mantenerme con vida durante este desmantelamiento de mi inocencia? No es que prefiera ser inocente. Pero a fuego lento cocinan todas mis vísceras. Estoy ante un público que hace rato me ha humillado, me ha tirado huevos y tomates, y han roto en un estallido de carcajadas mi corazón. Estoy traficando con mi pensamiento, un juego que perdonan los ángeles, los ángeles son anfibios entre cielo e infierno. A veces te dan la vida y otras te la quitan con toda la alevosía. Soy un verbo que no se conjuga, una loca historia al salir del burdel, un elemento a parte de esta vida de carrusel, soy un miedo y soy una purga, soy una tregua que quisiera al fin volver, busco calmar esta sed cruda.

Capplannetta y la estrella deliciosa

Trato de que sea mi amante pero es imposible. Es un corazón de nadie. Aunque te dé cariño y besos a flor de piel. Ella es la chica más tolerante desde Barcelona a Barranquilla. Desde Tokio a Sevilla, desde San Francisco a la Blanquilla. Ella es la geisha más dulce de occidente y Cali. Todos saben a qué me dedico en mis ratos libres. Pero es temporal. Estas cosas deben durar poco. Hasta que encuentre la pieza que complete mi vida. Las chicas tienen la magia de la carne que se moja. El lubricante fantástico para meterte dentro de ella. Sí dios te creó con la costilla de Adán y si Adán fue creado con barro, es normal que tú, Eva de los excesos, dormites la canción distinta de los paraísos artificiales.

La verdad adherente a quien comió de la manzana. Si el diablo es más viejo que Adán no había mundo (o sí). Creo en la animalidad de nuestra especie. Por eso, cuando gimes de mujer completa te embelesas y yo me embeleso. Eres un regalo o una ofrenda para la cópula de dos que sexo piden. Resultas ataviada de pormenorizadas ideas. Me enamoras, compañera.

Una sexualidad compartida es dar placer y que ella te lo dé a ti. La sexualidad es cosa de dos. Debe ser recíproca. Es como un orgasmo al mismo tiempo. Al unísono. Una mujer cuando se entrega evoca todas las cosas tan maravillosas, como alimento a pedir de boca. Espero verla pronto. Como la vi por primera vez. Recuerdo su cariño. Sus caricias. Una mujer de los pies a la cabeza. De esas que te hacen perder la chaveta. Resulta comprensible. Es de esas mujeres que cortan el aire y se entremezclan unos deseos ocultos que vale la pena satisfacer.

Capplannetta In Silicon Valley

Yo no intuyo las verdades completas, la electrónica manera de funcionar. Los otoños y las primaveras son dignas de la mitad del clima. Silicon Valley despierta con hipsters, geeks y nerds. Tres maneras de vivir como la contradictoria moral del que te hace la pirula. Este mundo no se merece lo que le estamos haciendo. La tierra prometida es el itinerario Paloalto. Mi madre espera que su hijo vuelva a casa. Por eso le compra bebida energética. Hoy mi madre me ha dicho que ya no era el mismo Capplannetta. Y yo le contesté que padecía la llaga de la vida. Mi madre se fue a dormir y yo me quedé entre sedado y ya basta de decir lo que no se debe. Para ti es tabú y lo seguirá siendo. Ahora me dan las fiebres de invierno, como si albergara un cuerpo extraño en mi interior. Mi tío antes de morir me dijo que de anciano iba a ser un cascarrabias. Y yo le puedo decir ahora que ya soy viejo y cascarrabias. Un código JavaScript se desmantela en la noche cibernética. Tantas veces he pernoctado el silencio que ahora sin él no soy nada. Como el hocico de un perro mi instinto es impuro.

Capplannetta y la muela

Tengo una muela que quiere marcharse de mi boca. La noto que se mueve y me duele que se vaya porque de verdad me molesta. La muela me necesita a mí, y yo la necesito a ella. Muela que me empasté pero ya no ha podido aguantar más y quiere irse. Lo tiene decidido. Se mueve y se mueve, ya que está en el carrillo derecho y ahí es donde mejor saboreo la pitanza. Somos muela y carne. Las encías y yo la echaremos en falta. Me niego a sustituirla por un puente postizo. Si me se cae no se notaría pues está en el interior de la boca, en la fila superior. Yo quiero esa muela y ella me quiere a mí. Pasa el tiempo y las piezas dentales se caen por una inercia precedida por la vida y el desgaste. Para ser sincero no quiero que se vaya. Aunque me duele su presencia en movimiento, estoy seguro de que la echaré de menos. Ella es mi muela y me pertenece, ¿o soy yo quien le pertenece? Dejémoslo, todo es cuestión de tiempo.

Capplannetta ante un silencio acartonado

Tras un silencio acartonado se crean miedos y demás penurias existenciales. Tras los silencios de cartón no puede haber cosa más contraproducente que la lluvia. La lluvia destruye los caballos de cartón, tras la lluvia se esconde una precaria miseria emocional. ¿De qué me sirve cambiar las cosas de sitio? Pagar, pagar y pagar. Estas son las claves que les pesan a los pobres. El sentimiento lúcido es un cómputo de verdades transparentes. No sé cuando perdí la calma. Los sacrificios son acentuados por los que se sacrifican. Es la hora de los reproches, tu tatuaje oral me descoloca. Tienes una doble moral que hace rima con la esquizofrenia de los tableros de ajedrez. Se mimetiza el blanco y el negro, todo es parte de un juego en el que diluyes un flujo de inteligencia. Los hogares felices no existen. La gente expone los buenos momentos, porque los sentimientos depresivos no los exhiben, para que no se rían de ellos los malvados. De cara a la galería todo el mundo es feliz, pero de puertas adentro es un mundo del que no se sabe nada. La pantomima de felicidad obligatoria totalmente precaria, tan absurdamente estúpida, mientras tengamos miradas por las que nos mirarán habrá cielos y promesas en la telepatía de la esperanza hueca. La telepatía de las personas conexas me vuelve paria de mi entendimiento y me hace un extraño en todos los lugares. No quiero cruzar ninguna frontera, siempre habrá un coyote o un policía de aduanas. Con el coyote no existen fronteras, con los policías de aduanas hay una línea que cruza de miedo y te aplica los pasos de regreso a tu patria. El mundo pangeista es sólo un espejismo. El mundo se contradice constantemente. Existe lamento tras los silencios acartonados.

Capplannetta en la hora de los adioses

Adiós señores editores, elitistas y soberbios. Aquellos, los acostumbrados a que le rasquen las espaldas. Adiós a la estupidez ajena, adiós, a los miedos que os visitan y que residen en vuestras entrañas. Adiós, vellocinos y corderos, me voy de este planeta. Mi mente os dice adiós. No estoy seguro de permanecer lúcido durante más tiempo. Adiós, ilustres mecenas, eruditos del nepotismo y la mala leche contenida. Adiós, se acabaron los beneficios, las regalías, voy a subir de escalón. Adiós a los premiados, a los galardonados con una corona de laureles, adiós, pues eso no significa que entréis en el Parnaso del poema infinito. Adiós, epígonos y demás morralla. Adiós, eruditos y bien pensantes, no portaros mal, sed santos efímeramente insensatos. Adiós, testigos de la huida y de la tragedia. Que invitáis a salir echando leches tras vuestra halitosis permanente. Adiós de los adioses, a los presumidos, a los que se van de vacaciones, a los que les sigue mi sangre detrás, a los anacoretas. Adiós a los predicadores, a los que creen estar en consonancia con Dios, adiós, adiós y adiós, a los mártires del desengaño, los engañados, a todos, adiós. A los burócratas, a los indiferentes, a los moralistas, adiós.

Capplannetta y la puesta en escena

Ya no doy credibilidad al cine, es una puesta en escena donde interpretan un papel. Muchos se llevan el papel a casa. Otros son camaleónicos. No me creo la ficción, discrepo del final feliz. ¿Puedo decirlo ya? No, aún no. La ficción es parte de un aire embotellado. Una interpretación donde prohibido está pisarse. En otros casos, no se tolera lo sobreactuado. ¿Quienes son los más importantes para el resultado final de un largometraje? Todos o ninguno. El director a raíz del guión conduce y da forma con la poesía de la arcilla interpretativa. Después está el guionista. Se sabe que un guión malo como consecuencia será una película mala. Y el montador. A la hora de montar las imágenes con el Final Cut de posproducción se exige el hilo de continuidad. Se puede creer que estos son los pilares de una buena película. Pero la realidad que el reparto y los técnicos, ayudantes, directores artísticos, productores, todos son importantes. Critican el gasto en el cine español por las ayudas del fondo público que reciben los cineastas. Nadie cree que la cultura sea algo importante, pero si no fuera por la cultura no tendríamos nuestros propios códigos de conducta y una cierta intuición de lo que somos. Porque, una película en rodaje es lenta, lenta aunque no lo parece cuando la disfrutas. No me creo un pelo el cine aunque vea películas, también documentales. Quisiera tener de partener al silencio. Quisiera el silencio como principios y con sus respectivos valores. Una buena interpretación es la que no piensa en la cámara y mantiene el guión con gran rigor. Debe hacer pausas, respirar, saber morir, saber fingir, mentir sin ningún falso cabo sin amarre. El cine es una montaña rusa. Los silencios son alma aveces.

Capplannetta del lumpemproletariado al pangeismo

¿Por qué tiene el lumpemproletariado tan buena prensa entre los anarquistas y tan mala entre los cayetanos? Esa sería una pregunta que sí tiene una connotación positiva, y es el efecto solidario de los anarquistas encabezados por Bakunin, Malatesta, pasando por el Facerías hasta llegar a Lucio en la actualidad. Del lumpemproletariado al pangeismo es una manera de reivindicar una memoria latente de lo que somos y siempre seremos.

Enfocados en el lumpemproletariado se ha escrito rios de tinta, con muy buena prensa entre los anarquistas y fidedignos comunistas de barrio obrero. Pero sería un equívoco afirmar que los anarquistas y comunistas en todo su contexto no temen la utopía, y bastante, a la distopía. Es algo que irremediablemente podemos equiparar al sectarismo de los cayetanos y sus patas de cordero que sí tienen el mundo en sus manos. Aunque se puede creer o no en una constitución que no predica con la realidad ni el ejemplo que no juega con verosimilitud.

Un arbitrario victimismo y acusadora intolerancia rancia, casposa y perversa tolera tantas cosas que claman con un potente grito en el cielo. Se es más decente tolerando el lumpen que negándolo. El lumpemproletariado es un infraproducto del gran capital. En lo esencial es el mismo alambique ruso del vodka tóxico y las ganas de rematar a la bestia herida que es Estados Unidos. Pero una cosa es cierta, la bestia herida parece que no acaba de morir. Se puede odiar el establisment poderoso de los grandes capitalistas frente a las economías sumergidas que caracterizan al lumpemproletariado. No es victimismo, es la realidad de nuestras ciudades. Desmantelan la Rosa de Fuego barcelonesa para que la disfruten los anglos en el parque temático en el que se ha convertido la capital catalana.

Justamente otras ciudades van a la zaga. Y no precisamente por la mala fama de antaño, sino porque la paz se conquista bajo la sangre de víctimas reales que no deberían ser moneda de cambio ante las proclamas de la derecha más recalcitrante que ha conocido este país. Hablo del Madrid de los Ayusos y los VOX en consonancia con todo la inercia chovinista de la que son capaces los más prepotentes del panorama político actual. Basta, no más trucos de prestidigitadores. En el anfibio mundo en el que viven solo una lluvia de ranas nos puede salvar de la jodienda tripartídista patria de los cayetanos. Más de lo mismo no. Hablamos de una minoría ante la plaga de langostas que se comen el esfuerzo del campesino, el sudor del albañil, meandose todos a la vez en la sopa de los pobres. En fin, más madera, que las llamas lleguen al cielo. C’est le monde.

Capplannetta y las obviedades

Cuando se pretende decir algo referente a las obviedades, se debe tener en cuenta que las obviedades más acuciadas son parte de la muerte la mayoría. La muerte es tan obvia en el ser humano que es lo único en lo que nadie está exento. Cuando se dice de alguien que ha fallecido, por ejemplo, que tenía muchas ganas de vivir, eso, en definitiva resulta una gran obviedad. Todos tenemos ganas de vivir, unos más que otros, aunque los suicidas, personas que decidieron dejar de vivir, como es obvio, están en la tesitura de haber perdido la esperanza. Perder la esperanza es el sentimiento más nefasto. Quien espera desespera, y perder la esperanza es equiparable a tocar fondo, y hay gente que no lo puede evitar.

Existen cosas por las que preferible es vivir sin pensar en la muerte, una, la libertad de pensamiento, la otra, hacer aquello que te guste. Se puede pasar un día malo, pero la esperanza radica en que mañana puede ser un gran día. Ningún día es igual, y en muchos hay un luminoso sol pero en otros no lo hay. Es parte de la vida. Es obvio que todos tengamos ganas de vivir, y por ende, no hay mayor libertad de pensamiento que la de estar solo o en consonancia con aquellos que la prefieren. La soledad es otra obviedad, ya que se ha hecho mucho énfasis en que las personas estén solas.

Han demostrado un esfuerzo aquellos a los que no les da miedo la soledad voluntaria, ya que elegir soledad es elegir ser libre. En un mundo cada vez con más trabas burocráticas, económicas y civiles es obviedad decir que no podemos eludir esas tres premisas. Son parte de nuestra vida. Cuando estás alejado del mundo y gustoso estás de vivir en soledad, ciertas frustraciones tienen todos aquellos que no tienen la ventaja de la vida metafísica, o en conexión global. A las finales, todos nos convertimos en amantes de la vida cuando nos ocurre el hecho en sí de estar enfermo.

Navidad del 2022-Margarita Bokusu Mina

Uno de enero del 2023.

Llevo en esta casa desde el veinticuatro. Llegué un poco molesta porque el día anterior dejé de preparar la maleta para hacer una videoconferencia con un hombre que se me presentó por Messenger un mes antes y desde entonces hablábamos diariamente, quería incluso visitarme en agosto, pero me dejó plantada durante una hora y no me pidió disculpas, esto para él fue como una «gracia». Antes, a los tres días de conocerme, ya me había bloqueado porque creyó que era una hacker.

Mi madre, como todas las navidades, se ha hartado de cocinar, aunque la cena de Nochebuena, para ella, mi padre y para mí, fue frugal, de canapés variados, ligera, menos mal.

A mi padre le dio por llamar a su hermana Juani. Quiso que le deseara unas felices pascuas yo primero y le dije que me daba corte hablar con ella porque me parecía tarde. Mi tía me aclaró que le había pillado cenando pero que no le importaba porque la comida no se le iba a enfriar. Desde hace tres años llevaba pasando estas fiestas con una mujer ucraniana que la cuidaba las veinticuatro horas. Cuando le devolví el teléfono a mi padre se puso a cantar un villancico aflamencado, pero mira como beben los peces en el río. Creo que Juani también podía oírme acompañarle.

El veintisiete tenía que llevar mi coche a ver si le arreglaban el aire acondicionado, pero lo cambié para el día siguiente porque mi madre pensó que ese martes era ideal para ir a ver a su hermana Amapola, que siempre ha vivido en una casita cerca del mar, en el barrio marinero de Pedregalejos, en una de las pocas que quedan ya como las de principios del siglo pasado y donde se crió pero, como se rompió la cadera hace no tanto, está instalada con otra hermana a la que siempre le ha hecho el avío y que ahora se ve obligada a devolverle el favor. Esta otra vive con su marido. Nos costó llegar a su piso nuevo, tanto que estuvimos a punto de regresar, aunque cuando, por fin, nos reunimos fue agradable.

El 28, el Día de los Inocentes, no nos hicimos ninguna broma. Llevé el coche al taller pero enseguida me dijeron que me iba a costar más el collar que el perro. Así que al final no creo que vaya a repararlo, llevaré pegada a mi cuerpo una botella con hielo cuando conduzca en verano o algo parecido. Total, lo cojo muy poco. La cuestión es que también fui al banco a ingresar el aguinaldo y, de paso, vi a un amigo que me regaló uno de sus dibujos: un mandala. Le aconsejé que preguntara en un centro de yoga si podía instruirse como monitor, pero parece que no le convenció la idea, se ha acoplado muy bien en casa de sus padres, con casi cuarenta años no ha trabajado en su vida. Me sorprendió contándome que su hermano, funcionario, también se ha instalado en el mismo piso, pequeño, después de terminar una relación de más de una década. Por lo visto la pareja no superó la prueba del confinamiento. Me quedé pasmada porque, desde que fui mayor de edad, siempre quise volar del nido, ser independiente y, desde hace unos pocos años acá veo que, sobre todo hombres, cuando no les van bien las cosas, no la economía, vuelven a las faldas de sus mamás porque estas se lo permiten estableciendo una especie de relación amor-odio hacia ellas y hacia las mujeres en general.

La pena fue que, cuando llegué a mi casa, bueno a la de mis padres, mi padre me dijo que me sentara, que me tenía que dar una mala noticia. Dos horas antes de mi llegada, al mediodía, mi tía Juani había fallecido. Recientemente venía encontrándose un poquito mal, desde que le habían cambiado unas pastillas, y vale que tenía 85 años pero no esperábamos esto. Mi padre me pidió que lo llevase al tanatorio de otro barrio malagueño y marinero: El Palo y por eso almorzamos tarde, a eso de las cinco, a la misma hora que llegaron mi hermano, su compañera y su hijita desde Alemania.

El veintinueve mi hermana, Beatriz, vino antes de lo habitual para ir a la iglesia, a darle el último adiós a mi tía Juani, junto a mi padre. Esta vez nos sentamos en un banco de la primera fila. Digo «esta vez» porque en verano también despedimos a otra tía paterna. Una de mis primas pudo dirigirse a los que allí estábamos y llamó a mi hermana para que la acompañara porque iba a leer uno de los poemas de mi tía que Beatriz había recopilado durante este año pasado, grabando a Juani cuando la llamaba, cada jueves desde el inicio de la pandemia y que, a su vez, me había enviado transcritos para que yo los publicase en la misma editorial donde tengo mis novelas.

Por la tarde nos repartimos regalos: zapatillas, calcetines, pijamas, libros y algún otro detalle.

El viernes pensábamos ir a comer, todos excepto mi hermana, pescaitos fritos a un merendero, pero mi hermano se puso malo, quizá por la humedad y porque había pasado la noche despierto cuidando a su preciosa hijita. La cuestión es que como se come en casa no hay nada. Como dice mi padre: «¡Qué manos tienes Cisca!».

Ayer, Fin de Año, vino Beatriz a almorzar. Pasó la Nochevieja sola, como mi último novio, al que veo en persona, desde hace seis años, solo por videoconferencia. Me extrañaba que durante dos meses no se hubiera puesto en contacto y apareció antes de ayer para decirme que lo habían internado en un psiquiátrico porque había roto el escaparate de un restaurante pijo parisino. Se me vino a la mente una frase de Bertolt Brecht que me dijo le venía como anillo al dedo: «El arte no es un espejo, sino un martillo».

Hasta que coagule la sangre, capplannetta

Cuando estabas en las drogas duras y por la vena nadie podía imaginar que te inyectabas por la vena aorta. Te pinchabas en el cuello. Sin duda verte bombeando resultaba una vista macabra. No era broma, no. No parabas hasta que la sangre ya coagulada taponaba la aguja. Quedaba el coágulo como una pequeña morcilla de sangre ennegrecida. Como si en el exterior se sentara la gangrena a tu lado como un naipe de muerte y sadismo autoinflingido. Por suerte dejaste aquella asquerosa vida. Y suerte tuviste de no coger el bicho. Ahora tu vida es otra. Parecía como si te hubieras marchitado de la noche a la mañana. Marchito y estropeado. Era como encender cerillas en una gasolinera. Un acto autodestructivo. ¿No te querías? La verdad es que el amor propio no fue para ti algo importante. Si no te querías tú, ¿a quién ibas a querer? Todo se convirtió en un naufragio perpetrado por ti como protagonista. Una tempestad al borde del colapso sanitario. Estabas en la decadencia mås absoluta. Parecías el espíritu de la golosina o un ángel putrefacto de muerte anunciada. El éxito que tenías con las chicas se evaporó. Como si echaras aguarrás en una acera. Estabas totalmente entregado a ese veneno. Eras sinónimo de autodestrucción. Hábito necrofílico.