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Capplannetta and the revolution 5G

Pasó un tiempo con un tremendo miedo, más bien lo llamaría terror. Wáng se llamaba ese chico con tantas supersticiones que nada más creía en Buda y en la numeración del calendario chino. En el lugar donde residía se le conocía bien. Wáng, como todos los chinos, tenían una frecuente grima por el número cuatro. Llevaba arrastrando su miedo desde que apareció el Internet 4G. Y para colmo de males en los sistemas operativos de Apple estaban en la versión 14.1.1 Todo esto a Wáng le parecía un mal presagio. Ya habían pasado las olimpiadas del 2008, incluso las del 2012 en Londres. Pero a él, como buen chino, esto del Internet 4G le parecía obra del demonio. Tanto cuatro rondando en los sistemas operativos y en el Internet de las cosas le parecía un riesgo que no podía omitir. Pero en un periódico leyó que el Internet 5G ya estaba llegando. Y lo más curioso era que esa velocidad casi de láser lo habían ideado en parte unos chinos. Pasó la pandemia, pandemia dispuesta a quedarse, a mucha gente conocida le afectó la terrible COVID-19. Él atribuía la pandemia a la mala suerte del 4G y a los cuatros en los sistemas operativos de Apple y para colmo los del Samsung. Estaba desolado. Era un verdadero preso del sistema operativo y la velocidad de datos. 

Con el tiempo llegó a los dispositivos la velocidad de datos 5G. Él estaba encantado con el cambio. Sus amigos le dijeron que el sistema operativo en Appel iba a pasar a IOS15. Se fue a comprar veintitrés iPhone con la velocidad de datos 5G y el sistema operativo nuevo de Appel. Para él ya había pasado el tormento. Le regaló a su pareja veintitrés iPhone por su cumpleaños. Su novia le dijo: -No, Wáng, te olvidas de algo. Y Wáng contestó -¿de qué? Le dijo su novia que al comprar veintitrés iPhone estaba dando lugar a comprar el suyo, ya que era el número veinticuatro. Y Wáng reía. No, te olvidas, querida, que hombre precavido vale por dos, ya que Wáng compró veinticinco iPhone. No le importó tampoco pagarlo con tarjeta y tampoco que en la cantidad a pagar hubiera un cuatro. Así era Wáng. La superstición no era libertad, pero teniendo dinero era otra cosa. Wáng no quería pensar en el futuro. Era una revolución.

Capplannetta desahuciado

Dejó de pagar primero las tarjetas. Su madre había fallecido hacía dos meses. Su padre le advirtió: hasta que esté tu madre viva podremos ayudarte, pero si faltara alguno de los dos, tendrías tú que sacarte las castañas del fuego. Y así fue. Demasiadas deudas, demasiados préstamos personales, y el talón de Aquiles, la maldita hipoteca. 

A Capplannetta le habían venido tres avisos de embargo, ésta vez era verdad, vino el secretario del juzgado con los policías. Dejó en el piso muebles, algo de ropa vieja, él se anticipó llevándose los libros y demás parafernalia. Se tuvo que ir a vivir con su padre. Estando en el piso del padre, todo eran reproches, pero le respetaron la Pensión y no se la embargaron. 

El padre, al morir la madre de Capplannetta, ya no le encontraba la sal a la vida. Decidió irse a Andalucía. Pero Capplannetta prefería quedarse aquí, en Sabadell. Discutían y discutían. Eran como el perro y el gato. 

Llegó el día del lanzamiento y a Capplannetta le quedaban todavía libros, artículos kitsch y revistas en las que él se inspiraba, cintas VHS y cassettes. Él no se quería ir, lo ayudaron vecinos y gente de la Plataforma antidesahucio de Sabadell. A Capplannetta se lo llevaron entre tres policías. Dejó sus muebles, y se los quedó el banco; que me digo yo, ¿para qué querrá el banco un piso con muebles rotos? La respuesta es muy básica: para amasar dinero, se mean en la sopa de los pobres, te hacen mover cielo y tierra debido a los requisitos exigidos. 

Capplannetta lloraba. Se iban a repartir el dinero de la venta del piso varios bancos, tenía préstamos, tarjetas de crédito, todas las financieras querían su parte del pastel. Capplannetta tuvo que alquilar un trastero para meter tanto libro, ya que su padre se negaba a guardarlos en un piso de 50m2. El padre lo tenía decidido. Se iba a Andalucía a morir en paz, cosa que merecía. Merecía morir tranquilo y Capplannetta dejó de oponerse a que se fuera. Ya se habían acabado los momentos mejores de su vida, mientras estaba su madre viva. La echaba de menos. Su risa fresca, su manera de ser, su toque delicioso en las comidas. Se había ido su gran pilar. Nunca olvidará a su madre. Siempre fue buena madre. Era una madre entregada a sus hijos, por eso Capplannetta estaba tan enfadado con Dios. Le decía: Te has llevado mi alma, lo más bonito de mi vida. 

Con el tiempo se enteró que su vivienda había sido trasladada a lo que llaman un banco malo. Capplannetta se quedó a vivir en casa de sus padres. Su padre se fue a Andalucía, a una casita, el hombre vivía tranquilo, ya había padecido lo suficiente en esta vida mala. Capplannetta a veces iba a visitarlo en el tren de alta velocidad. ¿Para qué quieren tanta casa vacía entre tanta especulación si la gente vive de manera precaria? 

Los bancos y las inmobiliarias son gentuza. Gente sin escrúpulos, endemoniados buitres carroñeros. 

Capplannetta y el prosimetrum

Se han llevado mi equilibro y mi contumacia aquellos que tomaron a risa el volcán donde caí. Se han llevado mi primer libro y me tacharon de poeta de la raza, ahora lo tachan de que hago añicos los tabúes. También pudiera ser que acudiera el miedo a mí, con afán por odiar a la farmacia, al pescado o a las Fuerzas Armadas. Me gusta leer, escribiendo procedo a enaltecer entre metáforas e imágenes que vea como fuente y origen de las maravillas, maravillas del bloque donde trato en los rellanos con sureños y testigos de mi ecosistema apto solamente para anfibios. Soy hijo de emigrantes que dejaron unas casas con telarañas en aparejos y de muebles vacuas. En una maleta de cartón se fueron unos para el País Vasco, otros a Barcelona y otros a Buenos Aires. Dejaron su gracia en las ganas que tuvieron por anudar un mañana. Barcos y más barcos salieron en busca de un destino, el barco de mi bisabuelo era de mercancía rancia. Son italianos, hebreos y gallegos de Almería, ay amigo, tú eso ya lo sabías. El irse y  el regreso al llegar a las altas estatuas te dan la cara, una vez dentro, te dan la espalda, es como la gente que se sale del mapa. Apelan al buen vivir, a la herencia que esperaban, mangoneos de peones que obedecen para sobrevivir, y cuando van al bar llora el bandoneón, se cantan milongas de cuchilleros y tangos porteños en lunfardo. Se doblan las mangas de su camisa, se aprietan el cinturón, unos cambian los suspiros por reales y pesetas, otros cambian los pesares por huir de la miseria y la patria en decadencia. Así es la vida hermanos, así era la emigración hacia Cuba o Venezuela. Muchos ya no recuerdan lo fácil que era todo y te enseñaban a montar en bicicleta, cuando arribaste desde las Américas, llegaste con sombrero Panamá y traje de lino blanco, quisiste dártelas de rico y no trajiste más que tisis y unos caramelos para hacer dulce la infamia. Te presentaste sin nada, lo gastaste en lupanar y en juerga. Te fuiste fornido y ahora los calcetines te van grandes, te fuiste y un disparate había en tu maleta. Cuando volviste comprobaste que tus hijas ya eran mayores. Hasta eras abuelo. Yo soy tu biznieto, y escribo aquello que  vi en el cine. 

Capplannetta y los emperadores

Mi tío que, es marino en la Almadraba, lleva tatuado una mujer desnuda con un cabello largo. No, no es una sirena. Mi tío le da pescado crudo a las gaviotas y se encontró tres doblones de oro deformados por el mar, dicen que eran de un galeón que vino de las Indias y al llegar a puerto se hundió. Mi tío en época de Almadraba se va al puerto en ciclomotor, fuma tabaco negro, y tiene la piel morena del sol que toma a la fuerza. Cuando llevan los atunes al puerto mi tío gusta de ver quién se lleva el más grande. El grande es siempre para los japoneses venidos de Tokyo, que tienen cuchillos que cortan clavos de hierro. Manejan los cuchillos con destreza, con ellos cortan atún rojo y son los mejores clientes de la lonja. En la subasta los únicos quienes pueden comprar los precios más altos son “los emperadores”, así les llaman todos en la lonja. Mi tío me dijo una vez  que eran descendientes de los samurais y uno de los cortadores de atún tiene una novia japonesa enamorada de Camarón de la Isla. Cuando arriba la noche mi tío se va a la casa de la pareja japonesa y lleva una botella de solera, el japonés pone unos filetes de pescado y yo les llevo pan y aceite de oliva, y mientras Maeko canta canciones de Camarón, mi tío abre la botella y también canta, el samurai se llama Hiroshi y él canta canciones en japonés y bebe solera mientras cocina el atún rojo en unas sartenes raras. Se emborracha y se va después casi entrando la primera aurora del alba a dormir. Qué bella es Maeko cuando se enciende el día, ella mira el sol cuando amanece y siempre dice que por donde sale el sol tiene a su madre. Se la puede ver cuando se desnuda y folla con Hiroshi, mi tío se va pero yo me quedo a verles follar. Ellos no me pueden ver pero yo a ellos los miro desde los tejados. Recorro casi todo el pueblo andando por los tejados. Incluso llego al campanario de la Iglesia. Qué maravilloso es vivir cerca del mar. El mar, llevadme al mar, decía el poeta. Yo lo digo también. 

la glándula pineal

Mientras los niños jugaban yo me decantaba por los vídeos de YouTube: odio la televisión, cualquiera que sea el canal. La niña estaba jugando con la tablet y el niño con los videojuegos comprados por su abuelo. En uno de los vídeos aparecían Los Rolling Stones y cantaban Angie, siempre me ha gustado esa balada, estaba tarareando la canción sin mirar a la pantalla del televisor. De repente, la niña, Úrsula, me dijo: los guitarristas del grupo se ríen del cantante, y yo le dije: -¿de quién? ¿De Mick Jagger? Y la niña asintió. A mí me cae bien Mick Jagger, pero no pude hacer otra cosa que reír, la niña era una auténtica crack. Había visto un detalle y yo que ni cuenta me había dado. Comprendí entonces que la niña Úrsula era muy observadora, y además con nueve años entendía muy bien el lenguaje no verbal. Pero esto que cuento es una pequeña anécdota. A los niños de ahora les llaman Milenials pero tienen una inteligencia muy de niños mayores, comprenden mejor el mundo nuestro más que nosotros mismos, que somos los que lo controlan. También tengo otra anécdota con mi hija Úrsula. Fuimos hace unos días a un cumpleaños infantil y vimos en el festín un señor que comía empanada de carne con ansia y bebía cerveza. Mi hija Úrsula me dijo: -Mamá, ese señor come y bebe mucho, por eso va desabrochado ¿verdad? Yo creo que le va a dar un ataque, añadió. Éste hombre que les digo era un señor obeso amigo de la familia del niño que cumplía años. Estuvimos un rato. El niño, llamado David, era un compañero de clase de Úrsula,  ella ya le había dado su regalo, y lo había abierto. Al rato de romper la piñata nos fuimos. Pasaron algunas horas y nos fuimos a cenar los cuatro al McDonalds que hay en el Parc Vallés de Terrassa. Mientras cenábamos llamaron al móvil, era la madre de David que estaba muy sofocada, yo lo atribuí al cumpleaños y al mismo bullicio de la fiesta. Y me contó que al poco rato de irnos a un señor gordo le dio un paro cardíaco y tuvieron que llamar a una ambulancia. Desde ese instante empecé a mirar a Úrsula con otros ojos, sin duda, es una niña especial. Tiene cosas así, como lo demuestra el caso los Stones, es previsora y muy observadora. Su abuela dice que tiene el ojo de Horus desarrollado.  Se cree que los egipcios simbolizaron el ojo de Horus como la glándula pineal, es un don que tienen algunas personas mágicas. Y yo creo que Úrsula lo tiene. Es como reír, a veces te ríes tú, otras veces son otros los que se ríen, en el mundo no hay gente igual, hay gente para todo. Por ejemplo, mi hijo pequeño, Unai, dice que es un otaku y yo le dejo, él se define así. Si hubiera gente igual qué aburrido sería el mundo, y qué insulsa sería la vida. C’est la vie, mesdames et messieurs. La vie est un mystère. 

un día de boda

Ana se atormentaba de que llegara el día de la boda de su hermana. Siempre había pensado que era la preferida de su madre, su padre prefería a la hermana de ésta, aunque el hermano también era bastante querido, en fin, solían decir los padres: ¿qué dedo de la mano derecha te cortarías? Aludiendo así a las preferencias en los hijos, pues ellos decían quererlos por igual a los tres. La familia por parte del padre eran considerados como gente de  estudios, con cierta cultura y tenían un criterio sobre Ana nefasto,  ella los llamaba lobos. La familia de la madre era más sencilla, aunque no eran analfabetos, pero eran menos cultos, Ana era considerada por todos como una antisocial. Pero eso a Ana le importaba poco. Tampoco tenía mucho roce con sus hermanos, solamente se juntaban para Navidad, y sólo algunos días señalados.

 Los primos paternos sabían que Ana los llamaba lobos, así que ellos la llamaban a ella cordera. Ana tenía una disputa con el mundo y lo más cercano en su vida eran sus familiares, aunque ella mantuviera las distancias. Y por fin llegó el día de la boda de la hermana de Ana, ella estaba nerviosa, fingía normalidad, este día de boda era muy esperado por familiares y amigos. Cuando llegó Ana al vestíbulo del restaurante, que disponía de una gran capilla para la boda, la mujer de su hermano mayor le dijo a su hija y sobrina de ésta: -Ya viene por ahí la loca. Ana la llamaba la raspa de pescado, debido a su delgadez, decía u opinaba que tenía muy poco que aportar a este mundo. Después de haber maquillado a la hermana pasaron a hacerse las fotos de familia y por supuesto no estaba en la foto ni la raspa de pescado ni el novio de la hermana, con quien se iba a casar en breve, era obvio que no estuviera todavía el chico por superstición nupcial. Solamente salían los tres hermanos y sus padres. Ana estaba acomplejada porque le había salido demasiada grasa en los glúteos debido a los antidepresivos que tomaba, ella estaba feliz de que saliera en la foto solamente su parte delantera, ella era guapa, sensual, leída. La casó a la hermana un cura franciscano, todo muy bonito, pero a Ana no le quitaban ojo, decían: -¿habéis visto el culo que ha echado Ana? Y una de las primas dijo: -Que está mal de los nervios. Y todos callaron en seguida. 

Llegó la hora de ir al restaurante que estaba justo al lado de la capilla donde la casó el cura franciscano. Ana pasó cuatro horas interminables, todo el mundo la observaba, le decían la cordera sin ninguna conmiseración con su estado psicológico. Ella les dijo yo me considero Agnus Dei, Agnus Dei (cordera de Dios en latín) y se reían todos los primos, que con risas despóticas, le señalaban el trasero, o hacían ademanes de que estuviera loca, los padres de ésta observaban la escena serios. Ella no se podía ir, ya que había contratado la hermana de Ana servicio de autocares para que la gente brindara con alcohol y pudiera divertirse sin que tuviesen que conducir bebidos. Ésta decidió salir al exterior  a fumar, mientras estaba afuera vino un chico delgado con gafas y le dijo: -No estás cómoda ¿verdad? Y Ana le contestó: -Pues la verdad, no mucho. Ana le preguntó: ¿tú que eres familia del novio? Y el chico contesta: -Perdona, no me he presentado, soy primo del novio, me llamo Alex. Encantada. Igualmente dijo él. Le dijo el chico: ¿Bailas conmigo? Y dijo Ana: -Me da vergüenza, y él le replica: -Pero porqué, si eres preciosa. Ella bailó con Alex hasta que vinieron los autocares, los padres de Ana estaban felices, porque ella  estaba feliz, y a veces los padres son un reflejo de los sentimientos de sus hijos y les duele lo que a ellos les duele. Las primas y primos de Ana los miraban asombrados. Cuando se marchó Ana en el autocar el chico le pidió el número de móvil, ella se lo dio, le dijo su padre sonriendo: -Anda mi pequeña, ha ligado. Ella le dice riendo: -Es un buen amigo, papá. Y el padre, que era muy divertido, le dijo: -Ay, el amor, qué bonito es… Y Alex que se iba en otro autocar le gritó por la ventanilla: -¿Cómo te llamas? Y ella hizo vaho en el cristal y puso su nombre con el dedo. Alex se fue ilusionado. 

Capplannetta adolescente

Apreciados lectores, soy Ana, y Capplannetta me ha dado permiso para publicar en su blog sobre un comentario que ha visto hoy, al trasladar su blog a un nuevo dispositivo que ha comprado. Capplannetta tiene este blog desde Junio del año 2008. Y en el blog escribía y escribe sobre cualquier cosa que le pasara por la cabeza en ese momento. Estamos en julio del 2020, él ya tiene sus cuarenta y cuatro años, y sin embargo, encontró el siguiente comentario fechado del 2012, que no era tampoco un jovencito, pero como si lo fuese. De mente era joven y tolerante, pero en el 2012 él tenía treinta y seis años, no era un crío, aunque tampoco escribía tan bien como él creía por esa época. Época de confusiones y mal entendidos. Recuerdo que una vez que venía ebrio le dio una patada a cada papelera de plástico que iba encontrando a su paso hasta llegar a su casa, efectivamente dejaba su rastro de basura por todo el trayecto. Ahora escribo yo por un tiempo en su blog (repito), en él se escribe y se escribía prosa y versos, él lo llamaba ¿(ahora)? Su bitácora de mares tranquilos, antes, lo llamaba su banco de pruebas digital, qué flipado, ni que fuera un mecánico de la Ferrari. Pero Capplannetta por esa época estaba recién divorciado, felizmente divorciado, aseguraba él. La chica del comentario tiene más edad mental que Capplannetta siendo de menor edad que él. Las chicas, que como yo le digo a  él, suelen estar por delante un paso que los chicos. Capplannetta se puede denominar adolescente incluso ahora, que tiene cuarenta y cuatro. Recientemente ha encontrado éste comentario, que no había visto en la vida, o quizá no se acuerde, tantas cosas en la quijotera te hacen perder el oremus. Éste es el comentario, lo firma una tal Cristina:

He llegado aquí por curiosidad de ver qué escribe alguien que se autodenomina poeta y se atreve a criticar un programa cultural precisamente dedicado a la poesía. Esperaba encontrar a un verdadero poeta y me encuentro con unos versos que parecen escritos en plena adolescencia, sin ritmo, sin profundidad y más aún, lejos de lo que es un poema por lo que más lejos si cabe de ser poesía. Una lástima, confiaba en encontrar alguien con criterio suficiente para criticar a los demás. 

En el mensaje se dice que Capplannetta criticó un programa, ¿dónde sería el programa? ¿De radio? ¿De televisión? ¿Por Internet? Bueno, no sé, el caso es que lo pone de vuelta y media, lo ha dejado con un palmo de narices. ¡Qué par de cojones tenemos algunas tías! Algunas de ellas más que hombres que yo conozco; no, no hablo de Capplannetta, aunque lo que me llama la atención de él es lo cobarde que resulta para unas cosas y lo valiente que es para otras, pues dice que le da miedo el bullicio de gente, y después coge el tío y  conoce a la tal Ella por Internet, después se va al Perú a ciegas y se casa celebrando su boda prácticamente con desconocidos, y todo eso completamente solo. Hay que ver qué raros son los tíos. Nunca dejarán de sorprenderme. Son tan raros como perros verdes. Pero ustedes se preguntarán el porqué me ha dejado escribir por un tiempo este blog donde se cuece un mundillo que no va conmigo. La respuesta no la hay. En este mundo no todo son certezas, también hay incógnitas, quizá haya más incógnitas que certezas. Eso no lo podemos saber hasta encontrar la raíz del porqué ocurren las cosas, nada sencillo. Aunque yo ahora escriba estas líneas, no puedo sacar conclusiones en muchas cosas referentes a Capplannetta. Como por ejemplo, se llama Casimiro, pero él no quiere que le llamen por ese nombre, y a mí me hace reír, porque el nombrecito se las trae, y tampoco quiere que le llamen Casi, la primera por que es un adverbio y una preposición, y la última porque existen otros nombres parecidos con la misma preposición, por ejemplo: Casildo, o Nicasio. En fin, le diremos Capplannetta, que esa es otra historia. Porque Capplannetta según él tiene varias connotaciones en su significado, ya digo yo, vida de incógnitas. 

escritora con gato

Era una escritora sublime, todo lo que ella sabía lo había aprendido de los clásicos griegos, también los romanos y los existencialistas franceses y alemanes, conocía bien la literatura hispánica, aunque ella se decantaba por los sudamericanos contemporáneos, éstos le apasionaban, hablaba con frecuencia de Pedro Lemebel, de Alejandro Zambra, y por supuesto, Roberto Bolaño e Isabel Allende, todos chilenos, una amiga le dijo cierta vez que los escritores chilenos escribían tan bien porque éstos tenían los pies enterrados en el barro, nunca se olvidaría de aquello, aunque también conocía la obra de poetas y escritores de otros países de América Latina, también leía a escritores mexicanos y los estadounidenses, pero en especial los escritores chilenos le llamaban sumamente la atención, hecho que le hacía parecer provinciana y anodina en este sentido, pero se hacía esa acusación nada favorable para hacerse la graciosa. Tenía un gato al que llamaba Chichín. Éste era un gato siamés y como no estaba capado tenía unas dimensiones poco frecuentes en los gatos. Chichin era el rey de los gatos del vecindario, esto, su dueña, Araceli, lo desconocía, aunque le dejaba la puerta de la casa abierta para que saliera y se despejara, con tantísimo humo que había en la casa era bueno que le diera carta blanca para salir y entrar cuando quisiera, pues Araceli fumaba, y mucho además. Araceli estaba escribiendo su quinta novela para publicarla en una de las mejores editoriales del país, ella tenía un apartado de correos para recibir correspondencia y poder ella enviar decenas de cartas que enviaba a sus lectores, pues ésta contestaba todas las cartas de lectores y de críticos, contestaba incluso las malas críticas. Ella se podía permitir ese lujo, pues tenía un corazón a prueba de bomba, era dura y fría, aunque aparentara ser un ser adorable. Cierto día que fue al apartado de correos entre las cartas y paquetes con libros para que los leyera y reseñara encontró la carta de un lector nuevo, Luis se llamaba. Cuando Araceli llegó a su casa la primera carta que leyó fue la de Luis, llevaba mucho tiempo sola, demasiado, y a lo mejor el tal Luis era un pretendiente aparecido en una situación ideal para ella. Ya estaba harta de estar sola.

En la carta de Luis descubrió que era un señor de su misma edad con unos excelentes modales clásicos. También leyó que Luis no tenía pareja y además era una persona culta. A ella la impresionó bastante. Decidió escribirle directamente y preguntarle si tenía éste hijos, ya que Araceli era una persona un tanto celosa, ese siempre había sido su problema, y también, porqué no decirlo, su gran debilidad, le mandó la carta a Luis. Y pasaron las semanas, Araceli contestaba a las cartas, trabajaba en su quinta novela, y daba de comer al gato, y también cocinaba para ella. Ese día se levantó eufórica, pues iba a la estafeta de correos a ver el apartado de correo, y también de paso a ver si había contestado Luis. Llegó a correos y comprobó que éste le había contestado. En la carta Luis le decía, ya que no esperó a llegar ni a su casa, y Luis le informaba de que, en efecto, tenía un hijo de ocho años, ella quedó muy decepcionada, pero justo cuando llegó a su casa, pese a que supo que tenía hijos, le escribió una carta relatándole su día a día sin importarle lo más mínimo. Le envió la carta y se olvidó durante algunas semanas, ya había mandado también la novela, su quinta novela al editor. Se levantó esa mañana triste, y de repente sonó el timbre, estaba la puerta semi abierta por Chichin que merodeaba por la casa. Abrió la puerta mejor y se topó con un hombre guapísimo, éste le dijo: -Hola, soy Luis, es usted Araceli ¿verdad? Y ella contesta sí, aparentando poca sorpresa, y le dijo pase usted, y Luis entró a la casa. Éste empezó a estornudar, una y otra vez, y le dijo Luis sin haber intercambiado palabra alguna, ¿tiene usted gato? Y Araceli contestó: -Sí, tengo a Chichin desde hace años. Y de repente Luis salió despavorido de la casa y dijo: -Me voy, soy alérgico a los gatos. Araceli se quedó petrificada. Ella que no le puso trabas por tener un hijo, se dijo, en la vida me separaría de Chichin por muy guapo que sea ese hombre. Y grita: -Vaya usted con Dios, señor Luis, pero Chichin llegó primero. 

en la playa

Chicas que se desnudan ante el mar con sus gaviotas y un sol de media tarde y frágiles como polluelos de gorrión se acercan a las rocas calientes, calientes de todo el sol recibido a lo largo del día, y notan el tacto de las rocas calientes y se encuentran a salvo por esas partes del cuerpo. Están mojadas y ya en la tarde se repliega una brisa con mezcla de aire fresco, y eso, y que el sol ya se pone, les da frío. Juntas con sus grandes toallas y su desnudez absoluta parecen un cuadro de Rubens con sus mujeres anchas de caderas y profundamente voluptuosas. Seguramente no han dado ninguna vez de mamar, o sí, ¿quién sabe? Pero hasta su primer calostro debió de ser nutritivo, son hembras fuertes que resisten jornadas de trabajo de diez y doce horas, y después la casa, el hogar las clama. Son estas horas en la playa cuando más lo gozan, desnudas y frágiles y recargan más batería de la que generan. Son mujeres bellas, extraídas del horario de oficina, van en busca de los últimos coletazos de sol, en el trabajo el café, los dossiers y ese jefe puntilloso que las quiere ver trabajar, sea en lo que sea, hagan lo que hagan, ellas se levantan por la mañana en verano, y mientras cuchichean de camino al trabajo: luego a la piscina y se guiñan un ojo, lo hacen para que las demás no le digan a su jefe que se desnudan en la playa, menudo alboroto se daría en la oficina, se enterarían todos,y les joderían los planes.