
Empezar a trabajar la casa por el tejado es lo que he hecho durante todo este tiempo. Empezar por ejemplo, a conocer la gran verdad de la vida poco a poco. Eso es de agradecer. Si te la dieran toda de una vez, tendrían que administrar ciertos inconvenientes que por compasión no te han dado. En el año 1992 hasta el año 2002 quise valorar con una báscula lo que era un kilo de paja y compararlo con un kilo de plomo. Cuidado que viene el Lobo. Y ese Lobo no muerde si no es para cuidar de sus lobeznos y cuando van a cazar, dan a la caza alcance en manada. Yo he encontrado mi lugar en el mundo, y está aquí, en Torre Romeu, donde no hay ningún lobo feroz. La gente no imagina lo bien que se vive aquí. No me arrepiento de vivir aquí. No diré porqué pero a veces Caperucita se folla al Lobo, y los tres cerditos empiezan a hacer sus casas por los tejados. Para la vida de rutinas y de constantes temores se debe tener cierta empatía, que mucha gente no tiene, y comprender bien las cosas. Yo empecé a publicar por mi aventura peruana, que más que aventura era un matrimonio fracasado. Echo de menos a tanta gente buena que ha pasado por mi vida, que pienso en ellos cuando llega la noche. Tienen razón aquellos que dicen que siempre se van primero los mejores. Las mejores personas son aquellas que han fructificado en tu vida como árboles de frutos y rosales de rosas hermosas. Descubrir el flamenco ha sido mi tabla de salvación desde los años 90, y todo gracias a mi padre. Si yo fuese el primer hombre bajo la tierra, seguiría cantando los cantes de aquel que me dio la vida, y por sangre heredé la gran verdad del mundo. No me importa estar ahora solo. Soy un lobo estepario que come poco y sueña con corderos y con cerditos que empiezan también su casa por el tejado. Esta vida me ha enseñado de que no somos todos iguales, aunque en realidad no nos diferencia nada. Permanecer en la vida, y más en Torre Romeu es una bendición que a pocos se concede. Vivir encima de una biblioteca, donde se exponen mis libros como un autor que empezó su casa por el tejado, me hace querer a mi barrio plural en su diversidad. ¿Por qué no enseñan en las escuelas a ser tolerantes? A ser, por ejemplo, una persona íntegra, sin racismo y sin hipocresía. A veces hay momentos que quisiera irme, pero luego pienso, ¿dónde voy a ir? Si aquí está mi vida, y si Dios ha querido que esté aquí es porque aquí debo permanecer. Busquen un barrio sin diversidad étnica o racial y entonces pueden encontrar paz o todo lo contrario. Pero el respeto se gana, y amor con amor se paga. ¿Qué barrio me ofrece lo que tiene este? Ninguno. Aquí tengo todo lo necesario para vivir. Sea como sea, la tolerancia se presenta con los años. Y la ignorancia nos acompaña de por vida.