El malo de la película

Para odiar al malo de la película, además de hacer su particular maldad, tiene en el guión y, por ende, en la película, tiene que hacer algo que te haga odiarlo, odiarlo profundamente con su comportamiento maléfico con verdaderos deseos de que pierda. Por eso cuando el malvado acaba mal te alegras de que así sea. El malo de la película tiene que ser odiado por alguna aberración imperdonable que cometa, ya sea en contra del protagonista o del coprotagonista, que también pudiera ser el malo, malísimo. En el cine, y en la realidad muchas veces, también en la ficción, no siempre pierde la maldad, a veces es un inmortal malvado que es imposible acabar con él. A veces sale indemne ante tanta injusticia que conscientemente comete. Muchas veces el malo o el maléfico personaje se representa ofreciéndonos un giro de guión y nos sorprende con un cambio de actitud, que lo hace héroe o doblemente villano con un carácter odioso que lo hace más perturbador, y así lo que opinábamos erróneamente acerca del personaje, se termina por simpatizar con el maligno y se convierte en protagonista total que nos engatusa. El mal en algunas ocasiones puede parecernos algo atractivo a veces. No siempre pierde el malo, muchas veces el bueno termina por causarnos cierta conmiseración que lo hace enternecedor y conmovedor, y lo convierte en perdedor con encanto, tantas veces se confunde a la bondad… A veces el título de una película puede hacernos pensar que el malo es el que actúa con pinceladas de injusta particularidad equivocada, cuando verdaderamente es todo lo contrario. Está bien y viene como anillo al dedo que la confusión de rasgos en el personaje nos haga preguntarnos la naturaleza de su maldad, aunque muchas veces sea estereotipada y confusa en intenciones y actitudes que no esperábamos. Un dicho con mucha verdad es que “ni el malo es tan malo ni el bueno tan bueno”. El verdadero causante de la maldad de algunos hombres puede ser un benevolente hombre con unas buenas intenciones. Entre el no retorno de la simpatía y lo inverosímil de la felonía en cuestión, siempre con detalles que lo hacen amarle o, todo lo contrario, ya sea porque se nos presenta realmente como un malvado al que deseas odiar, o porque su maléfica belleza de personaje odiado es un pobre diablo venido a menos. En fin, que entre malos y buenos a veces existe una línea divisoria tantas veces imperceptible como esperada de manera gozosa.