La envidia y sus secuaces

La felicidad se codicia mientras la envidia hace un nido en un árbol sin hojas. Que el oquedal donde entierren mis cenizas sea plantado de árboles que guarden secretos. Que crezcan como respira la vida de fértil paciencia y una prisa vegetal sosegada y paulatina. Un manzano tiene manzanas y sus frutos son generosidad que te entrega la naturaleza. Vámonos a recorrer la alegría fermentada del vino de la vida. Quiero vivir entre La paz del silencio y los sueños que germinan con el amor de las cosas. Las cosas dulces y jugosas de los frutos que da la tierra. Soy como un hombre que solamente tiene la palabra escrita y no es otra cosa que incomunicación empotrada, pues nadie lee la miseria de los hombres tristes. No digamos la desventura de los locos. De los que perdieron el rastro de su alma. Y ahora viven en la tiniebla insomne de la locura y la soledad de profunda impronta calcárea. Soy yo, Capplannetta. Ese hombre con dedos de pianistas que tantea estas letras para crear palabras, para poner adjetivos a los verbos. Para sujetar la verdad de un hilo negro antiquísimo. Porque la verdad ya está millones de veces suscrita. Y redundamos ante las palabras para guarecernos de hermosa verdad grande y desnuda. Como una mujer irresistiblemente atractiva.