
Estoy harto del diagnóstico, de la repetida pregunta, de la culpabilidad presunta, de la sopa boba, de quien acusa y no pregunta, de la muerte rotunda, del cinco lobitos tiene la loba, del peloteo, de la coba, del asunto este tan feo, de los sentimientos que me hacen reo, de la neurosis y la broma, del video, del papeleo, del punto y la coma. De la coima, de la mordida, la verdad bien parida, del ciego titubeo, del depredador deseo, del mundo idiota, del patriota, poco importa la salida si ve lo que yo no veo, de la cagada de paloma o de gaviota, del que perdió la partida, y ahora su persona es otra. Vivo recluso de mi mismo, ¿quién me causó este seísmo? Este tsunami que arrasó al rizoma, del Louvre, del Prado del MoMa, de la égloga vecinal cuando mi soledad me ahoga, del dulce fermento del amor cuando asoma otro u otra. Del llanto saturnal, de la sexualidad por horas, de mi vida en soledad buscada, el agobio, el cansancio y el desprecio que pone precio a la persona. La persona del verbo, del momento, del recuento, del impertinente acervo, del prosimetrum que ahora ando escribiendo, del uno por ciento. Del latido hueco, del hueso, del carroñero. Del interés traicionero, del traidor beso, del acusador dedo, de la búsqueda de mi libertad, no es casualidad que la gente confunda sin razón ni peso. Del aprobado en Mates, del suspenso eterno, del miedo a los cates, del miedo de estar expuesto, del no fiarme ni del diestro ni del siniestro. Del estar siempre despierto, del perro y la perra en celo, del atarme para después desatarme, del remate como estandarte, de la clase y la elegancia que sabe a Lima Limón de los desmanes, a los buenos capitanes, al rancio olor del caudillo y sus secuaces. A la petulancia de los neoliberales, de los martes sin carnavales, del hacemos las paces con sorna, quien humilla, quien cuestiona, quien soborna, del sapo y loco mojigato, de la abandonada materia a quemarropa, del chivato, del mentecato, del que se apropia, del que no roba, de la cabra y de la soga.