
Me pongo a bucear en el agua para no escuchar nada de la atmósfera exterior y poco estimulante. Buceando no siento. No oigo. Soy yo mismo. Y lo más asombroso que la terapia del agua dura poco mientras resistes la apnea. Sumergido eres libre por unos instantes. Medio minuto lo máximo. Admiro a los buceadores que resisten apnea. Siempre que escucho el exterior, escucho al mismo niño gritar jugando a fútbol, escucho la misma risa malévola, el mismo trasiego de coches. Ahora he descubierto la apnea de la música. A los Gipsy Kings, a Camarón, el neo-tango, a los Sex Pistols a todo trapo, a la Polla Récords, etcétera. La música es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Es el tesoro más particular del sitio de mi recreo. Es verdaderamente una maravilla. Los sumergidos creamos libros flotantes. Para que los lean en el oxígeno de la vida. Los sumergidos hablamos debajo del agua y las burbujas nos delatan. Pero no se entiende, es decir, nadie entiende lo que queremos decir. En fin, que vivir sumergido también tiene sus contraindicaciones, pero éstas pasan de largo cuando te obcecas en la petulancia.