PASAPALABRA

Por amplios derroteros pasa la palabra. Se transforma en verdad que es mentira y pasa de ser mentira a ser verdad. Las palabras tienen una fuerza a veces inaccesible y otras es fácil como un vértigo que nos mira fijamente a los ojos. La palabra es la elegancia que diferencia al hombre de los animales. PASAPALABRA me dice el pensamiento, me dice el sentimiento. Me dice lo que me hace humano. La palabra es la Torre de Babel más misteriosa. Pues cuando hablamos, en algunas ocasiones, hablamos un mismo idioma que hace a la Torre de Babel un castillo de naipes que se desmorona. ¿Para qué sirve pasar de la palabra? Si son los sentidos y los sentimientos los que hablan. Pasa la palabra por una incógnita en el hielo derretido que se lleva el sol sin quererlo. Los locos han perdido la consonancia y la coherencia de las palabras. Lo que es triste es trepar por la conciencia sin conciencia. Lo que es triste es cambiar la palabra por lágrimas saladas como el mar. Cambiar las palabras por los alaridos del sufrimiento. Lo que es triste las palabras lo saben bien. Porque ¿para qué sirve agazapar mediante imágenes y metáforas la poesía de los corazones con o sin esperanza? La esperanza no es una elección, se tiene o se destruye, pero todos nacemos con ella. Pasa la palabra y jugamos al juego del sinsentido y escuchamos demasiadas palabras tontas, necias, cargadas de odio, o simplemente, perdemos el hilo de lo que en el pensamiento, la fuente legítima de las palabras es pérdida o fluye como un río fulgurante. Las palabras son la verdad trasmitida en frases hechas, chascarrillos, adivinanzas, trabalenguas. Mis padres ven PASAPALABRA. Y es por una razón tan clara, tan evidente, tan verdadera, que lo siguen porque no quieren perderlas. Las canciones, los poemas de amor, las verdades dichas desde la experiencia. Las palabras son dignas como el que las menta de verdad. La palabra cuando es mentira se ensucia, se hace endeble como un helado que se derrite de poco a poco. Lo malo o lo menos malo es tratar de no perder la esperanza. Pero eso es palabra. Una palabra que cojea a modo de ignorancia y elocuencia con diarrea. Esto es un homenaje a los que perdieron la palabra, a los que andan en su búsqueda, a los que no quieren perderla jamás. A los que tropiezan con ellas y les agarra como estupefactos o algo asombrados. ¿Pero cómo? ¿Pero por qué? ¿Pero de qué manera? Hagámonos un favor. No perdamos nunca el origen de las palabras, ni el sentido, ni de lo que de ellas se alimenta. Por ejemplo, estar frecuentando el lenguaje, que no nos avergüence hablar solos, o con la televisión, no perdamos la radio, no perdamos la música, la poesía, el trabalenguas, el aforismo, la capacidad de comunicarnos. Pues seguramente, junto con los libros, los eternos salvadores, no perderemos la coherencia de decir las cosas por su nombre. Por derecho. Palabra de gitano. Dice un amigo mío. Queda dicho.

Souvenirs y peregrinación

Me hacen gracia aquellos que se fotografían como dejando un letrero imaginario que diga “yo estuve allí”. Eso es el síndrome del turista presuntuoso. En Facebook hay miles de fotografías este verano de gente que ha estado aquí y allá, se fotografían para tener una prueba, una evidencia que atestigüe de que estuvieron en ese lugar tan típico de un país cualquiera o famoso, como lo son las siete maravillas del mundo. Pero yo no creo que haya siete maravillas. Yo creo que hay cientos por el mundo repartidas. Las instituciones obcecadas porque la UNESCO haga del lugar patrimonio de la humanidad. Pero al igual que muchos monumentos gozan con la etiqueta de “patrimonio de la humanidad”, también existen lugares que son lugares oscuros, tristes para la humanidad. Seguro que existen más lugares aberrantes al horror inhumano que maravillas. Por ejemplo, se me ocurre la puerta de no-retorno en Senegal. Se me ocurre Auschwitz, o las catacumbas del Coliseo Romano, o el museo de la inquisición. A mí me ocurre una tristeza abismal recorrer los cementerios y ver fotografías de gente joven. Me pongo malo. No lo puedo soportar. Hace años que no voy al cementerio. Porque eso especialmente me lastima. Premiamos las cíen maravillas. Aunque es ridículo fotografiar lugares típicos como monumentos o esculturas. Una fotografía simpática está bien. Pero como por ejemplo los cementerios donde muertos ilustres son visitados por gente como una manada de elefantes que acuden peregrinas. Se me ocurre el Père-Lachaise donde están los grandes literatos y sobre todo Jim Morrison. Verdaderamente tienen la tumba y las aledañas que parecen una enorme calcomanía sobre cemento. O por ejemplo la tumba en Colliure (Francia) de Antonio Machado. El sepulcro donde asistía Marilyn Monroe de Rodolfo Valentino. O la tumba de tantos literatos, la de Nostradamus, la de pintores y gente que está muerta de igual manera como está cualquier muerto de una sepultura cercana. O la tumba de Elvis, otro lugar de peregrinaje. Son cosas estúpidas que tenemos los humanos. Somos mitómanos porque creamos los mitos. Damos culto a la personalidad y a la muerte. Somos de alguna manera temerosos de la muerte, pero tenía razón Jim Morrison cuando decía: —con la muerte termina el dolor. Pero eso nadie lo sabe. La muerte, ¿qué cosa será que no la queremos, la tememos, la respetamos, le damos solemnidad y culto? Como en el antiguo Egipto.