Creer en el amor

Y yo que creía que el amor era más que un sentimiento, y no una ceguera atroz. Que era algo más que casarte cuando tiran arroz. Yo, que jamás hice el intento, de amar sin sal, sin razón. ¡Me desnudé entre venenos e ingredientes tan inclementes…! Y yo que ya no creía en la canción repetida y pegadiza del transistor. Pues jamás quise la paliza del sufrimiento y del dolor condescendiente, la tentación, la gente. Yo que creía que dar amor era un invento de los curas que nada curan, con perdón. Y yo que creía en el negro fragmento del bolero de charol. Qué ingenuo, qué inocente pues me ahogué decentemente en el adeudo tan reciente que me quedé sin adiós. Yo que fui sentencia, maravilla de un asedio intermitente a prueba de la noche vacía de voz. Y yo que creí que estar encoñado era fruto del elixir y la sensación de perder acongojado hasta la camisa mientras otros cantaban misa, mientras ignoraban su propia religión. Mi religión es el libre pensamiento. El idioma circunspecto del burgués y la cuestión, que te tutea como un lamento libre ignorado por amor. Como un hombre en eterno movimiento pero con el ajetreo de un robot aspirador. Yo que creía que el amor era principio y también lección, yo que creía en gerundios y en participios desde que te ofrecí un sinsabor. Y yo que creí que el amor era la raya en medio, el pelo negro, tu aliento y un mandato del buen Dios. Y yo que creí en el firmamento y en el áspero segmento de quererte con pasión. Y yo que creí que el amor era ciego y resulta embustero, resentido y con traición. Yo que envidié tu perdón que nunca tuviera yo.

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