
De niño me detectaron anemia en una revisión médica del colegio. Y me pusieron como especialista a la Dra. Abadia. Me recetó hierro en jarabe. La consulta es lo que más me obsesionaba a raíz de que me dijera mi madre que aquellos niños sin pelo tenían leucemia. Mi madre me dijo que tenían cáncer en la sangre. Así, literalmente. Y los veía con magníficos juguetes y no me imaginaba que muy cerca de ellos estaba la parca. Con esa edad no lo piensas. Ahora tengo sobrinos y esa siempre ha sido mi preocupación. No lo soportaría. Ver a un sobrino mío padeciendo esa enfermedad, pero al igual que yo nadie está nunca preparado para eso, ni en los planes de ninguna criatura. Con el tiempo he tratado con gente con cáncer en lugares diversos. Y siempre he tenido esa preocupación, digamos, respecto a todas las consecuencias de los enfermos de cáncer. Con los años mi madre se hizo anualmente donante de sangre. Y es algo que yo no pude hacer, debido a que tenía un tatuaje reciente, hecho que me impidió donar sangre; los enfermeros de la fábrica de motores donde trabajaba.
La vida son retazos del pasado y del presente que ni imaginamos. Recuerdo aquellos niños con gorras algunos, otros sin. Era algo que tengo tan adentro que muchas veces he soñado con esa experiencia. Nadie quiere tener cáncer, por eso la Cruz Roja y la Asociación contra el cáncer, como la fundación Josep Carreras son necesarias. Más bien denominarlas como imprescindibles. La empatía hacia cualquier tipo de cáncer es importante. Donar sangre es algo muy importante, pero ahora pasada mi anemia ya recuperé glóbulos rojos.