
Que se te entregue una mujer en todos los pormenores de lo que es practicar sexo es el mayor placer de un buen amante. El hecho de que se te entregue por completo una mujer vale más que todas las riquezas de este mundo. Una mujer es más valiosa que una esmeralda, un lingote de oro, una cubertería de plata, cualquier ropa, dinero y joyas. Cuando una mujer se entrega a tu cuerpo es la belleza en el acto y una delicia que son las mujeres que se convierten en danza del aire invisible, pero físico. A veces se entregan sin tú saberlo, y otrás es notorio su entrega al valioso deseo y la pasión desmedida. Cuando una mujer moja y se estremece con tu concisa experiencia del arte amatorio, que amar no es pura masturbación ni sexo sin más. Amar es el acto más sagrado que hay en la Tierra. Pero no me refiero a amar como lo haría un ceporro. Me refiero a tocar con la delicadeza que es amar a una geisha, o a una mujer frágil y menuda. Los prolegómenos del amor son infinitamente mejores, pero el transcurso de amar es el verdadero motivo de que dos almas sean en sí una dicha para los dos. Hay mujeres verdaderamente bellas, mujeres que no se olvidan. Que dejan huella y ponen cara de asombro después de un orgasmo donde ella aprieta sus piernas y gime como gime la mujer pura. La canción está escrita en todas partes. La canción es la sombra del silencio que se arrodilla y degusta el licor del amor en la carne húmeda de la mujer en la plenitud de un orgasmo. No digas más quiero y no puedo. Se debe decir es la hora sagrada. El instante del deseo rojo, el momento de compartir la fruta de la pasión verdaderamente sustanciosa.