
Comprendo a los que miran la paulatina locura como el que mira un reloj expectante, hay cosas que no entenderé nunca, aunque otras cosas las entiendo perfectamente. Lo que más comprendo es a los que se vuelven locos. Yo aún no estoy loco, ni creo lo esté, pero nadie sabe su final cuál será. Estoy enfermo, pero todavía no estoy loco. Para mi pensamiento soy como una voz que reverbera en un silencio profundo y tajante. No sé nada acerca de estas barajas con la que se juega a una brisca que ni yo mismo entiendo. Cuando era niño jugaba a la brisca con mi abuelo. Ahora ni recuerdo cómo se jugaba. Mi abuelo se llevó con él toda una unión familiar, mi abuela esperaba la muerte pacientemente y su vida se hizo tan rutinaria que esperó y esperó y le daba miedo esperarla sola, no quiso nunca estar sola después de la muerte de mi abuelo. Me refiero a la muerte lenta, tan lenta como contemplar una hora segundo a segundo. Mi abuela era lista y astuta, y cuando mi abuelo se fue al otro mundo el corazón de mi abuela se disecó como una boca abierta. Cuando jugaba a la brisca con mi abuelo siempre perdía y él reía frescamente, dicharachero. He dicho antes que se llevó la unidad de mi familia materna, pero él por nada en el mundo lo hubiese deseado. La locura y la muerte están a un paso hacia la temprana sensación del silencio. Aunque, al contrario que en la muerte, la locura está plagada de fantasmas. Entre ellos están los que nos dejan y vuelven en la noche para hacerse compañeros del instante. La vida acaba por volverse tan rutinaria que nada más nos queda esperar la locura o la muerte. Los animales presienten su muerte, al igual que los que ya han muerto y lo saben. Mucha gente sabe que ya ha muerto y está viva. La muerte está a dos pasos pero la locura está a un paso hacia atrás. Yo no quiero estar loco, ni morir tempranamente. Como todos los seres de este mundo yo vine a este mundo para vivir y amar la vida, para reírme del mundo. Pero también vine a hablar de locura y muerte. Tengo las dos cosas tan juntas que la locura es mi muerte y mi muerte es la locura. ¿Acaso moriré de reblandecimiento cerebral? ¿De megalomanía? Quizá muera de rutina. La rutina es como un grifo que gotea parsimoniosamente. Gotea lento pero en realidad es como una acequia apresurada. Como una fuente en plena algarabía. Yo no estoy aún ni muerto ni loco del todo. Estoy en la raya de en medio de mi voz que reverbera. Y reverbera porque tengo conciencia de lo que es tener de mí conciencia. Soy un inocente entre resabiada compañía abierta como un ventanal sin cortinas. No quiero hacer leña del árbol caído, que en esta ocasión tantas veces suelo ser yo. Parece como si me tragara un ovillo de pelo. De mi propio pelo. Parece que ha sido esta noche mientras dormía, pero no, hace tiempo que lo vengo notando. Yo, en realidad, siento la rutina porque mis padres tienen una vida simple y rutinaria. Me dan pena los pobres. No he sido buen hijo, al menos no del que estar orgulloso. Pero vuelvo a decir, no quiero hacer leña de este árbol caído que bien pudiera ser yo. Pero en realidad es mi corazón, que a veces ni lo reconozco. Ni deseo morir ni…pero eso todo el mundo lo quiere para sí. Escribo esto no para lagrimear ni para dar pena. Escribo esto porque puedo y soy capaz.