
Si alguien quisiera saber el mal que padezco solamente hay que imaginarse una temporada en el infierno. Mi infierno es totalmente psicológico. No estoy habituado a según qué cosas. No tengo consuelo de nadie. Y no es porque no estén dispuestos a ayudarme, sino porque hablo una lengua distinta en un mismo idioma. Estoy cada vez más cerca de la locura. No, no es por la soledad, en realidad la necesito. Es cierta crisis nerviosa. No aguanto el verano, en eso me parezco a mi madre. Pero en realidad creo que mi soledad es un tránsito hacia algo mejor. No soy el único que lo pasa mal. Hay otras personas también que sufren en silencio su crisis existencial. Les causa vergüenza confesarlo. Y los entiendo. Aquellos que viven a pesar de lo difícil que es vivir, tienen, algunos, un consuelo entre la gente cercana y las amistades. Yo tener tuve bastantes amigos, pero llega la edad de ser selectivo. Escondo mucho por compasión hacia mi familia. ¿Qué me puede ocurrir que no me haya pasado ya? El caso es que soy una especie de pelele que mantean y él, inmóvil y ridículo, se deja llevar por las mujeres que lo mantean. No tener consuelo de nadie es algo ambiguo. Por un lado la soledad te da la espalda en todos los sentidos, pero por otro lado, es necesario. Casi obligatorio. No me quiere demasiada gente, pero la que más me quiere es mi madre y mi padre. La vida parece fácil cuando la ignorancia se te presenta, pero la vida es dura y difícil. No puedes intentar que todo sea color de rosa. Pasar una temporada en el infierno te hace un favor al que debes resistir sin más y no poner o intentar poner al campo llaves. Prefiero vivir como estoy a empeorarlo con otros menesteres. La vida en sí es un problema sin solución alguna. Para unos velero, para otros es un barco a vapor.