
Me aplicaron ley antiterrorista por robarle peligrosamente un beso oscuro a la muerte. Me libré de cien batallas sin sentido por navegar contracorriente. Me apuntaron en la frente con una kalashnicov por ser del éxito disidente. Me quisieron borrar del mapa porque dinamité históricos puentes. Me dieron caza como enemigo público y me las apañé huyendo de todo tipo de gente. Me llamaron indecente, vicioso, asqueroso, peligroso, demente. Me acusaron de atizarle a un trabajador polivalente que era inclemente aunque valiente. Me propusieron conspirar con la asquerosa venganza y me negué tajantemente. No soy un santo, tampoco un hombre corriente. Soy una mezcla entre una esperanza marchita y una espera que me recuerda problemas del hecho de ser impaciente. Salí de las drogas, adelgacé, me oculté sin éxito del populacho indecente. Me declaré ausente de los pueblos mata reses y en garitos que frecuentan los impostores de la casta emergente. Ya no se oye decir que Capplannetta es un porreta, ni anacoreta, tampoco pastillero y no sale de repente porque sentó la cabeza en un taburete. Fui apresado, maniatado, juzgado y me azuzaron perros, me exilié del ruido que me pisoteaba frecuentemente. Ahora soy poeta que rima siempre serventesiamente.