
Ya no me causan los sábados noche esa tristeza o melancolía por el hecho de no salir. Sin duda he aprendido a estar solo. Lo considero incluso mejor que según qué compañías. Pero los sábados noche eran para mí algo más que salir a divertirse. Los consideraba como una aventura, de la cual he escapado con suerte. Lloret de Mar, Terrassa, la zona hermética, el per qué, el Scorpia, el Pont Aeri, Valencia, y muchos más lugares. El sábado noche para los adolescentes es peligroso y se padecen unas enfermedades que se curan con el tiempo, que son ingenuidad e inocencia. Me he caído de la moto, he destrozado el coche de mi padre, en definitiva, que no sé cómo sigo vivo. Vuelvo a decir, he tenido mucha suerte. Digamos que soy un privilegiado. Mi fiebre del sábado noche empezó en una discoteca llamada Albatros, después Maggoty en Terrassa, y el Crown, en Terrassa también. Recuerdo que a una edad tardía pero joven todavía, me daba cierta tristeza no salir un sábado noche. Para mí eran algo más que una diversión. Nunca se sabía cómo iban a acabar. Acababan muchas veces de la mejor manera, otras, de la peor. He tenido historias tan extrañas, enrevesadas y caóticas que por eso digo lo de que tuve mucha suerte. He vivido de mil maneras distintas, pero nunca he sido consciente del peligro que corría. Quizá esa fuese la razón de sentir el aliento del diablo muy cerca de mí. Amigos que perdí la pista, otros acabaron mal, pero he aprendido la lección muy bien aprendida. He aprendido tan bien la lección que ya no me importa no salir de fiesta. Los brindis al sol y la vida libertina pasaron a ser un recuerdo que ya no me atrae.