Tabaquismo

Hoy me fumamaría un paquete, o tal vez dos. Pero no lo hago porque decepcionaría a algunas personas. Y porque me quiero. Me quiero un poco, tampoco tengo demasiado ego. Pero si no decepcionara a gente me fumaba gustoso un paquete de tabaco. El tabaco dentro de la literatura y en el arte en especial tiene cierta influencia como característica del artista singular y con cierto atractivo. Yo cuando veo una película y veo a gente que fuma me dan ciertas ganas de comprarme una cajetilla. Pero prefiero no hacerlo. Ya tengo una edad que es mejor que deje el tabaco. Cuando le diga a mi psiquiatra que llevo tres meses sin fumar se pondrá contento, y me dará ánimos positivistas. El tabaco tiene una particularidad con otras drogas que he probado. Y es que me gusta. Su sabor, sobre todo el mentolado, me fascina. Más bien me fascinaba. Y si no fuera porque daría un paso marcha atrás de gigante volvería a fumar y envolverme de humo molesto para tanta gente que lo odia. El tabaco es perjudicial; ayer viendo una película llamada Smoke de un guión en el que interviene Paul Auster y se puede ver en castellano por YouTube, casi todo el mundo fuma. Y en otra película llamada Wonder Boys (“chicos prodigiosos” traducida de mala manera en castellano). Aunque yo no sea ninguna lumbrera en inglés. En esta película se fuma mucho, y no sólo tabaco. En fin, que ejercer de fumador fue una locura que cometí con tan sólo doce años, precoz en el tabaquismo, y renegado tardío. Pero recaigo en el tópico de nunca es tarde si la dicha es buena.

Y allí la vida es otra

Nos quedan las librerías, nos quedan las películas americanas e independientes, nos queda Oliver Stone, nos quedan, por pco tiempo aún, los Rolling Stones, nos quedan las muchachachas folladeras, nos quedan los beneplácitos De la Iglesia, nos queda la yunta de bueyes que caminan a la par de los caminos, pero allí la vida es otra. Sí, es otra. Es otra la vida mientras ríe sarcásticamente. Mientras se ríe ácida como una fresa cáustica. Nos queda el silencio de los sindicalistas, nos queda la Francia revolucionaria, nos queda Paris era una fiesta, nos queda derrotar al nazismo, todavía, nos queda levantar a los negros y a los judíos del pozo de la esclavitud, nos queda estornudar a los pasmarotes, de broma, claro, nos queda existir medianamente en peligro, nos queda vivir aventuras en el Tíbet, nos queda mear sentados como machos y nos queda mear en las torres de tensión, pero allí la vida es otra, es una vida totalmente clandestina y al borde de las leyes formales, allí la vida es otra, sí, no es aburrida, no es muerte porque la muerte solo existe en las películas de Alfred Hitchcock, nos queda volar más alto que el cuco, nos queda partir candados con los dientes, nos queda el azúcar, la sal, los carbohidratos, y nos queda disimular que aquí aún no ha pasado nada todavía.

Injusticia absoluta

Esta vida tiene un lamento perpetuo en los promontorios que se hunden en la bancarrota de la mar cansada. Las bahías no pretenden que nadie las cruce a nado, sin embargo, el lamento es tan acuciante que los días se convierten en plegarias que reparten la hojarasca entre el verano y el otoño, y nada, absolutamente nada, es justo si el dolor se repite dos veces. Porque repetir un dolor dos veces es naufragar para el hundimiento. La injusticia es tan absoluta a ratos que no podemos seguir respirando oxígeno. Y respiramos un aire sólido como un obituario de desastre que se solidifica como las bocanadas de hierro de candados que se atragantan calientes. La angustia es tan pesada como un camino descalzo por la vida. No volveremos a ser felices del todo de un pasado hasta acá. Volveremos la vista atrás y nos dolerá el escenario de negrura que dejamos postrado en el recuerdo. La injusticia es absoluta, pero más absoluta es la muerte de campanas delirantes que no nos compadece. Porque la miseria es un remilgado sollozo de plomo desgarrador que te asola y te quita el magin de por vida. Un delito sin tregua es la muerte que nos persigue. Nos quemamos las vísceras y las carnes y no hay un nuevo sol que dignifique y todo es sombra en la oscura melancolía de la nostalgia fría. Todo vuelve a repetirse, cinco, diez, cien, mil veces. Todo vuelve a edificarse como naipes en la ventisca y se desmoronan todos de una manera tan fácil que los pensamientos duelen de miedo febril. La soledad no es un plato de buen guiso, ni de buen degustador. No hay quien pruebe la sopa gris espesa de la muerte en los prolegómenos de la vida que para todos arrasa.

Cuando la poesía te llama

Hay momentos en los que la poesía te manda sus destellos y entonces es el momento de la realización. Del sagrado orden de la palabra y de la poesía en toda su crudeza. Cuando la poesía está de tu parte se amontonan las palabras y las metáforas y las formas poéticas aparecen como exigentes protagonistas del verdadero sentido de la coherencia luminosa. Cuando la poesía está de tu parte todas las cosas también lo están, y la lógica poética se embelesa de misterio y de atrayente belleza plástica. Porque la poesía también es imagen y la imagen es poesía. Todo, cuando la poesía te llama, adquiere un sentido de mística en la rebelde manera de ser ejecutor del enigma poético. Todo se ilumina de una luz que puede ser angustia, sutileza, ironía y hermosura. La poesía rimada tiene una resonancia musical que a veces se repite cacofónicamente pero otras es un ensamblaje de estilo sonoro distinto. La música de las palabras existe. La musicalidad del inicio del Quijote, la galaxia certera de La metamorfosis de Kafka, la elegancia precisa con la que comienza Cien años de soledad. Señalar con las manos para nombrar cosas sin nombre ni palabras es el verdadero sentido del lenguaje por antonomasia. La verdadera razón por la que escribimos es porque tenemos necesidad de una explicación hacia tanto caos en los silencios o en las resonantes bofetadas que nos da la vida. Todo es evidente dentro de la poesía y también todo lo contrario. Es verdadero deleite agudo.

Miedo al vértigo

Por fuera soy casi blanco, y adentro, en mis adentros, tan negro… Tan negro que me corroe la sangre en un estremecido escalofrío que suda heladas ensoñaciones marchitas. Mi vértigo mira desde la cima de los puentes. Y cabizbajo sonrío a la plañidera. A la vieja plañidera toda seria, que sabe de mí ruina cuarteada, me niega la sonrisa con un gesto de desaprobación. Yo no soy blanco del todo, ni soy cristiano viejo, aunque tengo la escala de los latidos igual que un escocés errante. Yo no me pongo camisas de franela porque me pican en las casualidades. La heladería calentorra se derrite de orgullo congelado. Los chicles se reblandecen como salivajos de baba en verano. Las cáscaras de pipas en el suelo y los kikos que se mezclan con los gusanillos de maíz y esa es la costumbre que adopté de los limones del amarillo al verde. Del verde al azul. Y del azul al negro. Tengo miedo al vértigo de las calles y las plazuelas. Me atormentan los reflejos de los cristales en los escaparates. Soy un poeta ungido en el agrio de los lactantes eructos que anuncian la melodía extinta de los secretos nocturnos. Una vez tuve unos cuentos resumidos de clásicos libritos de iniciación al desasosiego. No me atrevía a leerlos. Porque resumían la verdad a medias de los dedos que acarician el secreto mortecino de los pecados del duelo mojado. No quiero ser de mantequilla, tampoco quiero ser amapola colorada, quiero ser hierro de colado fuego candente. Quiero ser sacrosanta bendición sin quererlo. Quiero presagiar la noche y verla en un clima de tortuoso calor de fiebre rojiza. Un préstamo al cielo me proyecta como un sol, pequeño de negrura. Soy la voluntad apagada de las volteretas a cierta edad ya madura. Parten la espalda y se reñían los arrumacos ciegos en el latente sexo de tu púrpura carne. Un olor a hembra y yegua salvaje me enamora por entero. Y erecto como un caracol completo soñaba con tu almizcle de mujer penetrada.

El consuelo de nadies

Pienso que a alguien consolarán mis palabras impresas en esta web. Pienso en esos abandonados por la mano De Dios, y que sus familiares los dieron por perdidos. Niños perdidos que un día fueron sanos. Sacar del valle de la oscuridad no es difícil. Sólo basta con quererlo. No pretendo dar una de cal y otra de arena. Pretendo ser consecuente y dar voz a aquellos que no tienen voz. Que entre delirio y fracaso rotundo perdieron la suerte, la fe y la esperanza. Arrinconados niños en los sanatorios y los manicomios de todo el mundo. A alguien servirán mis palabras sinceras. Los arrebatados de cordura y coherencia son unos nadies que deambulan como ángeles del delirante preámbulo y vida presente de olvido desposeídos de cariño, calor humano, y amor. Digo bien, amor. Porque todos tenemos derecho a amar. Pienso en los locos de Alepo en Siria. Enfermos desposeídos de la misericordia de los pueblos, y del medicamento sagradamente necesario. Comprendo que mayormente las víctimas más numerosas sean aquellas que ven el mundo correr y caminar paso a paso. Es más fácil un loco que conoce, al que desconoce la realidad del mundo. Pienso que a alguien valdrán estas palabras de misericordia ciega. Con miedo, sí. Pero alguien tiene que decirlas. Decir la verdad de la vida oscura en los rincones olvidados del mundo. No soy un salvador, un mesías, ni profetizo nada. Soy un poeta de la calle. Aprendí en la calle y en las canciones la verdad de la vida. A alguien tiene que valer este consuelo que ofrezco al carente de equilibrio. Al desheredado del mundo para siempre. Cientos de niños transitan por los callejones y pasillos del grito del atado a la cama, del perdedor de mañanas y futuros, del nadie entre los nadies. Porque hay algo más grave que la pobreza y el hambre. Hay una miseria emocional nociva en los corazones solitarios y alejados del mundo de los cuerdos. Porque la cordura es mentira. Vamos de rodillas haciéndonos el daño que para nosotros no queremos y buscamos ebrios de soledad una paz que se proclama como guerra diminuta. Tenemos la facilidad de ser humanos. A alguien servirán estas palabras que digo con el corazón en mis manos. Creo en la humanidad del ser humano. Creo en la evidente causalidad de los hombres corrientes y de sus trasiegos de ruidos y palabras casi desdentadas.

El loco

¿Quién va a hacerle caso a un loco de la vida? A una persona que está como una chota. Cuando me llaman loco yo me ofendo, porque yo nací sano. De un tiempo hasta aquí comenzaron a llamarme loco. Los locos solemos callarnos y atenazados estamos ante tanta ignominia. Yo soy un loco, sí, pero hay una cosa que no me pueden quitar. Es la dignidad. Soy digno cuando digo la verdad, soy digno cuando acepto que me equivoco, y soy digno por que tengo la verbigracia de mi parte. Imagínense un mundo en total oscuridad. ¿Acaso no son los locos aquellos que inventaron la alegría de verse reflejados en los libres? Hay locos y hay libres. El sometimiento es parte de nuestra vida. Pero es solamente una parcela de la que nosotros somos los peleles. Los monigotes de pega que en Los Santos inocentes se pegan en la espalda de los incautos. Una broma pesada es la vida. Imagínense una vida sin apetencia. Una vida sin aliciente. Somos locos porque nos quieren locos. No nos quieren liberados de nuestro yo. Tenemos que encerrarnos y vivir con el miedo a flor de piel. Nosotros somos los benefactores de la distinción del mundo de la cordura y el elitismo clasista, y debemos perder siempre. Siempre.

Sin tregua, sin perdón, sin esperanza

Hay personas que no están dispuestas a dar treguas ni perdones porque son verdugos en potencia. Tienen una dote excelente para esclavizar al que piense de distinta forma a ellos. Normalmente son ellos mismos sus propias víctimas ya que donde las dan las toman, y también existe el tópico recurrente de que la violencia genera violencia. Estas personas te tratan con una violencia de ferrocarril. Pretenden que los demás seamos sumisos ante su totalitarismo. Ante su prepotencia, y no hacen concesiones de ningún tipo, ya que su evidente manera de someter a la gente es bajo la influencia del miedo y del sometimiento que ejercen deliberadamente. No hay tregua ni perdón para esas víctimas de la bellaquería y la barbaridad instrumentalizada. No tienen reparos en someterte y esclavizarte para que a través del miedo y la sugestión corrosiva creen un influjo de toxicidad que devuelven como arma arrojadiza. Los hombres malvados los implica Dios en ser instrumentos vengadores de su propio designio. Y pobre de aquel que no ejerza el derecho a reivindicar la total libertad de su naturaleza. Lo que no es concebible es el libertinaje. No se puede hacer daño a ningún ser gratuitamente.

Cuando persiste el agobio

Hay momentos que son de un tedio angustioso del que solamente podemos hacer frente con paciencia y resignación. La vida ofrece toda clase de variedades de sensaciones y desequilibrios repletos de momentos lentos y aburridos. Las personas somos como monigotes a la deriva de los momentos infelices y los momentos verdaderamente satisfactorios. Hay tres placeres verdaderos en la vida, luego están las cosas sencillas de las que también se goza. Estos placeres son el sexo, dormir y comer. Pienso sinceramente que el universo debiera tener acceso, si no al sexo, al menos a los otros dos. A veces te sueles enfrentar a un agobio producido por frustraciones, ya sean económicas, amorosas, o de salud. No es agobio, qué digo, es una derrota tan severamente angustiante que pasas por contagiar al personal. El verdadero sufrimiento en la vida es la muerte de un ser querido. Para eso no hay consuelo, aunque te den calor las amistades y la familia. Pero los verdaderos momentos de tedio son algo por lo que todos frecuentamos de alguna manera. A veces más y otras en menor medida, pero es algo impreso en el ADN existencial. No todo son alegrías y celebraciones.

Correr quisiera

Correr quisiera y abandonarlo todo por un suspiro caliente. Tengo la duda tan resabiada que no soy ni sabio ni inocente. Soy algo que redunda en el menoscabo a propósito de las palabras. Correr quisiera. Irme a los montes e irme a los campos a revolcarme por la hierba fresca. Quisiera correr pero sin salir huyendo. Quisiera marcharme de esta esclavitud de tercera comida diaria. Una cena en la que yo soy un comensal, el único, el solitario. El que le pica el ombligo cuando frecuenta los desaires del hijo. Busco un silencio que no me pertenece. Creo decir una plegaria rota de esquinas y fragmentada en la raíz del silencio de acero. No quiero volver a pensar en mí. Irme quisiera y abandonarlo todo de una vez por todas. Abandonarme a la suerte de los dados o de las quinielas que con cruces se alternan en un resultado de deportividad y guerrilla en una paz diminuta. No quiero coger promesas con mis manos, no quiero trajinar reproches en la visita de mis fantasmas. Yo prefiero caminar vestido pero mi desnudez es elegida. No puedo reprochársela a nadie. Porque es fría la mortaja del hombre que muere solo.