La miseria del mundo

La humanidad se devorará a sí misma. La verdadera derrota no la percibimos, porque está envenenada tan oculta entre los entresijos del dinero, porque no hay miseria en las oficinas con su ambientador mimetizado. La banca si ayudara a alguien sería al montón de inversores y banqueruchos que apestan a delito y a interesada infamia. La bancarrota vuestra me alegra. No existe conmiseración ni misericordia para el que no sea solvente, pero tampoco seré solvente yo cuando en el equilibrio del sol necesario, para la clorofila de los vegetales, para vuestra sonrisa cínica y vuestra mezquina argucia. Esperamos el milagro como el de los estúpidos ricos del gran billete del Monopoly, porque esto va en serio, no es un juego. Como ratas sucias desconocéis la enfermedad que nos crean llagas de preocupación en la ración sujeta al que no tiene consideración alguna, y no tiene más nada. La miseria y la avaricia está en todas partes. Es un Dios enfermo llamado dinero. Se venden al capital las macroempresas y la banca, que ahora es digital, y se pide cita. Estos que son los buitres que esperan a mi solitario cadáver se ríen en mi cara cuando lo ven oportuno. Yo puedo maldecir a Florentinos de la falsa esperanza. A los asqueantes negociadores de la muerte, a los señores del dinero; odio el caramelo hipócrita obsequiado en los despachos de banqueros y demás carroña; yo maldigo a la bolsa y sus índices desplumando a los pavos reales, a los faisanes, a los quetzales. No quiero gritar porque estoy exhausto. Maldiciendo el milagro de aquel que inventó la primera moneda de piedra. Esperando el milagro están aquellos que esperan la saciedad de los botes y las golosinas que mastican los niños gorditos de países opulentos. Esperar y esperar el milagro de la tranquilidad económica es un imposible cuando las deudas te asfixian de esclavitud. Yo maldigo miles de veces a las llamadas que te proponen la esperanza en unos euros. Las fechorías de la banca las vive y lamenta el hombre pobre. El suicidio de los que se perdieron sin dinero tendrán una risa de insultante complicidad. Cómplices del desmayo y la desnutrición, cómplices del hambre que quita el sueño y la esperanza. Porque es fácil decir que se vive a gusto en el desfalco, la corrupción y la gigantesca oligarquía de los cónyuges del diablo bromista que da las gracias de las que se burlan los que poseen el microbio en el dinero sudado. ¿Os habéis metido una moneda en la boca? ¿Dónde está vuestra ayuda cuando se necesita vuestra ayuda? El gran capital y sus magnates del mundo finiquitado, de la cocaína que les da el ritmo aspirándose la nariz con el placer de la abundancia. Los matarifes trabajan en la degollada aurora que el becerro de oro sostiene en su garganta pasiva, a la clásica gallina de los huevos de oro, que sigue siendo el cuento que mantienen los que nos duermen y nos roban en la noche, y los niños lo creen porque sueñan en pijamita. Os maldigo de veras. Sois los culpables de la mugre tiñosa y del delirio, de la mansedumbre del mundo, donde dentro de la pobreza meais en su sopa. Llamáis y llamáis pero solamente queréis mi cabra y la soga. Las especies sobrevivirán cuando Darwin respire nuevamente. Hay tanto deshumanizante desconsuelo que las mujeres y hombres de este mundo olvidaron el acto del amor. Os maldigo y os deseo la derrota que os asusta. No me creo ya ningun abracadabra marxista. Os pretendo escupir para terminar con vuestro poder y vuestras hogueras. La banca debebiera nacionalizarse. Contra eso ganáis guerras.

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