Vida triunfal

La vida no es un camino de rosas, ni un brindis al sol, ni un carnaval ni un paseo triunfal. La vida es más que eso. Es un desnudo frío en un invierno a quemarropa. Es una conexión con las cosas que no tienen importancia. Me señalan a mí como el que tengo que darme cuenta de algo, algo de lo que no estoy seguro. Porque lo que es seguro que los remedios caseros se enferman desde la calle. Y pasamos miedo. Todos temblamos ante la comparsa de cadáveres de plomo que no avanzan. Se quedan apelmazados de miedo y escalofrío rudimentario. Todos temblamos. Temblamos de un agazapado síncope. De un miedo arrodillados suplicándole a nadie y a todos. Se puede ser bueno, se puede tener miedo siendo bueno. Los malos también tienen miedo. Quizá más que los demás. Porque se atrincheran en el barro de su prepotencia. Todos somos capaces del suicidio. Pero de lo que no somos capaces es de vivir en la derrota permanente. En el teatro eterno de cara a la vida de las plazas públicas y las ventanas abiertas en un verano de fría verdad. Somos lo que cambiamos, y cambiamos mientras somos. Porque la cara siniestra de la vida se asoma cada cinco minutos en la inocencia resabiada. Una palabra pesa más que otra. Lo que no pesan son las cicatrices del alma. Porque en la entraña de esta tierra todo es imposible. Hasta lo real aunque casualmente predicho. Porque la efigie corre enajenada de prisa y nada la puede detener salvo el prefacio matinal y perseverante. Los juegos son para ancianos. Los niños creen todo lo que les dicen sus corazoncitos de yerbabuena. La malicia está en las alimañas impregnada. Los bostezos son un cortejo con el aletargado sueño de los hombres empijamados. El respeto existe cuando hay miedo, solamente ahí.

El acto de escribir

Puede parecer algo anodino y sin importancia, pero escribir, y esto no es nuevo, es difícil. Incluso los más avezados lectores opinan lo mismo. Se cree que escribir un libro es unir verbos y adjetivos pero es mucho más que eso. Cuando te entregas por entero a la escritura estás adentrándote en una labor de puro engranaje con las palabras y éstas tienen que tener una coherencia sugerente y hacer énfasis en la pureza absoluta. Se puede escribir ficción brillantemente, se puede escribir poesía con imágenes evocadoras y brillantes, pero escribir bien, lo que es entregarse al verdadero arte de la escritura, con lo que conlleva el pudor, el estilo, la manera de contar una historia creíble y con una verosimilitud atractivamente prominente. Resulta ser el auténtico arte de crear a partir de un folio en blanco. Escribir es algo tan difícil que yo me considero como aficionado. No trato de aparentar falsa modestia. Pero escribir es llevar las palabras a la excelencia. A la más absoluta elegancia de narrar, es importante pudor literario, y una estructura trabajada elegantemente, ya sea con tu propia impronta o criterio literario; tu perseverancia en yuxtapuesta composición con el sagrado origen del lenguaje comedido es arte. Es la elocuencia llevada a un extremo de lo que resulta ser el invento más importante del ser humano. Son las palabras, nombrar es el verdadero motivo por la que te involucras en una tarea tan difícil. Adquirir un libro o regalarlo es otorgar abalorios.

Gena y John (matrimonio y desequilibrio)

GENA Y JOHN

MATRIMONIO Y DESEQUILIBRIO

Sin duda el tándem por antonomasia en la historia del cine estadounidense es el que forman John Cassavetes y Gena Rowlands. En sus papeles, Gena siempre ejercía una locura y una rareza que no difería demasiado a la vida conyugal de la pareja. Cassavetes como director, actor y guionista, y Gena, como la gran musa del cineasta Cassavetes, era tan truculenta como peculiar fue su matrimonio. Gena interpretaba papeles de mujer trastornada y fuera del arquetipo de madre y ama de casa tradicional, actuando a la perfección con un desequilibrio llevado a una impronta entre director y actriz protagonista encarnando decadencia conyugal. Gena interpretaba la esposa desequilibrada y lo hacía con tanta perfección que emanaba aires de locura profesional. La relación del matrimonio pasaba por varias crisis no sólo en las películas en las que Rowlands y Cassavetes ejercían cada uno su labor, sino que eran un matrimonio difícil y totalmente contrapuesto al matrimonio estereotipado obligado a ser una pose en la sociedad norteamericana de los setenta.

La actuación de Rowlands resultaba creíble desde el principio. Hacía un claro papel de mujer enajenada, con verdadero desequilibrio que proyectaba a la perfección una sociedad aberrante, enfermiza, de pura fachada y maquillaje de apariencia fingida tras un mundo convencional y desequilibradamente anodino y demente.

En el film Una mujer bajo la influencia, Gena ofrecía veracidad ante un papel de mujer fatalista y con una locura que hacía creíble al mismo tiempo que se aproximaba al contexto de crisis matrimonial en una sociedad hipócrita y con una doble moral aberrante. Recomiendo el cine de esta pareja de genios. Un matrimonio distinto con diferencias reales, en su vida dentro y fuera del cine, aunque con una filmografía especialmente interesante. Son un singular retrato convincente, un calco de lo que nuestra sociedad moderna oculta tras las trasparencias de la hipocresía. No es de extrañar que esta pareja creara unas películas que ponían de manifiesto la verdadera razón de la América infeliz, con un cierto interés en aparentar un mundo falso que llevaban a extremos de verosimilitud.