Naturaleza muerta

Me dijeron que porqué no me dedicara a otra cosa, yo les dije que era lo único que me consolaba en mi proceso psíquico. Me dijeron que eran mis amigos, incluso alguno me señaló como gran poeta. Hoy no quieren saber nada de mí. Y todo por intereses editoriales. Yo creía que tenía amigos, que otra vez estaba en la brecha. Pero era un espejismo. Todos me dieron la espalda. Todos menos dos. Mi amigo Juan and Cook que hace años lo conozco, y un amigo de la infancia. Los demás todos me dieron la espalda. Me llegaron a decir editores que no tenían una editorial, la que yo admiraba, me creía apreciado, y no era verdad, me dijeron que tenían una empresa. Jamás estuve pero estuve. Opté por que no me vieran la cara, mi personalidad. Pero pensé, hay tantos como yo en este mundo que no todos deben estar equivocados negando la gran verdad de la vida. Y entonces me dije: —Pero no la niegan por rencor, o porque estén carentes de amor, o por que estén todos locos. La niegan porque obedecen a su naturaleza. La naturaleza que les es negada. La naturaleza que, aunque parezca mentira, respira de su mismo oxígeno. Yo no creí jamás en las diferencias entre las personas. Hoy estoy muerto. Hace años que lo estoy. Mis padres son los únicos que lloran mi muerte en vida. Esto no es broma. Todos los seres a los que se les muere su naturaleza no pueden estar en consonancia. No es ninguna conspiración. Es parte de una prueba que pone a dos naturalezas en una balanza. La una, plagada de razones y de grandes verdades. De grandes dotes en el arte de amar. El otro, más desgraciado. Pero con la fuerza de la inocencia.

Capplannetta y su alter ego

Me dicen que me repito. Y tienen razón. Padezco una obsesión que redunda y redunda en los espacios abiertos, en los lugares con paredes y techumbre, en los espacios comunes, me cuesta asomarme a las ventanas, no me meto en la vida de nadie, y no permito que nadie se inmiscuya en mi vida. Pero es imposible. La gente te juzga porque es fácil mirar y diseccionar lo evidente, lo que perciben, y están tan seguros de ello como tú estás obsesionado en que se inmiscuyen en tu vida. A veces la vida es una mirada eterna que te desnuda, te despersonaliza. Te crea indefensión, vulnerabilidad, te hace débil y frágil. Pero bueno eso nos ocurre a todos en partes iguales o no. La vida no es como la imaginamos al principio de adentrarnos en su realidad. La vida contiene todos los pecados de los que reniega la Iglesia. Si me repito es porque no creo en otra cosa que mi imposibilidad y mi voluntad inútil para hacerme víctima de una causa que ni yo comprendo bien. Estoy entre un mundo y otro. No tengo respuestas, sólo preguntas. Y casi todas son incógnitas que se desmoronan.

Porque todos los poetas somos vanidosos, incluso los hombres y mujeres corrientes. Todos vanidosos. El hombre es vanidad. Y todo lo que reclama es protagonismo y tener verdadera importancia. Si el hombre es vanidad, ¿es lo que nos diferencia de los animales? ¿Y el conocimiento? El conocimiento de que somos vanidad y nada más que eso. Titubean los poetas alegando que no son vanidosos. Dale a un poeta reconocimiento y ensalzará su ego. Gritará dadme, dadme, dadme y será insaciable. Nunca se saciará. Porque la vanidad no sabe, no huele, no es cuerpo, no es materia, la vanidad la sustenta el ego, y el ego es el gran masturbador entre la prepotencia y la soberbia. Pero muchas veces caemos. En las débilidades del alma. Y el alma es mortal. Porque si el alma no fuese mortal ya se encargaría el hombre, en este caso el poeta, de comerse a los dioses que él mismo ha creado. La verdad tiene varios caminos. Pero coger el atajo más largo no es de idiotas, es la gracia de aquellos insensatos que en la inocencia se equivocaron y tropezaron. Y tropiezan por que son hombres, son poetas. Nada más nimio que eso. Nada más signo de mentira que su propia existencia. Equívoco tras equívoco aprendemos.