Ser nadie

No se puede ser nadie, no se puede ser nadie, nada más que nadie. Ser lluvia que cae a la tierra y se convierte en lodo. No se puede ser nadie, nunca ser nadie. No se puede ser aire que pasa parsimonioso como un acompasado sollozo de aliento. Nunca jamás ser nadie. Como el agua ocre que corre repleta de barrosa, como la mala hierba que se arranca sin más. No ser nunca nadie. Es imposible. No ser nada más que nadie. Como un peregrino que no sabe dónde va. Como un perro de nadie, como un semidiós enfermo de nadie, como un presagio sin presentirse. No ser más nadie. Ser la hojarasca seca y arrinconada en el otoño más gris. No ser nunca nadie. Como un pasmarote, o como un simplón sin más, o como un pasmado personaje sin sustancia, que ni comete ni merece. No ser más nadie. Como un preludio sin decir nunca más nada, como una pregunta sin un respuesta coherente. No ser ni sentirse nadie. Como romper de un plumazo el aliento de un bostezo. Como un orgasmo a medias. Como un destino sin pena ni gloria. No ser nunca más nadie. Como un perdedor que amasija veinte dedos en dos puños cerrados. Como los vientos de los soplidos de cansancio y hartazgo. No ser jamás más que nadie. Como al que le quitan el alma que ha sido y no puede aunque quiera volver a serlo. O como al que le arrebatan la esperanza a desengaños, a mentiras, a tropiezos. No ser nunca más nadie, pero nadie, nadie, solamente eso. Como el que encuentra una derrota que no quiere ser suya de ninguna manera. Ser nadie. Como el que frecuenta el vacío de no ser más nadie que lo que se ignora. No ser nadie, nunca nadie. Como el desmayo que para nada sirve pero que te derrota de nadería. No ser más nadie, nunca más volver a ser nadie. Poco importa regresar a no serlo. Porque al ser nadie se es todas las cosas que aparentan ser nadies. Nadie.

Culpable del desastre

No sé por qué creo que soy el culpable de todos los desastres de estas tierras. De las migajas que me como. De los resquicios de vaso que me bebo. De los despojos y de la casquería. De los mal sabores de la mayonesa agría. De los pormenores de lo que se desmenuza como pan sin masa madre. De los hechos y de los deshechos. De loa acicates y de los incapaces. De los aires de bajeza y de los delitos que nunca cometí. De nacer silbando miedo y del vértice del escalofrío. De la descompasada canción del poeta ditirambo y de los sonidos de contrabajo solemne y con una nota sostenida lánguida a su suerte. Quiero ser un manojo apretado por la aurora y un conversador ingenuo con los nervios de aluminio. Me temo que tengo la culpa de todo. Soy el creador del tedio y de la absurda plegaria al viento. No quisiera mundos de parálisis permanente ni delirios ante una desmayada disputa con la leche del biberón helado. No quiero más tropiezos en la mesa donde te hago la cama más sedosa y cálida. No quiero imaginarte fría, ni herida de vértigo ni aburrimiento perpetuo. La culpa del desastre la tienen los ridículos bostezos en la sopa espesa y amarga de los arsénicos repletos de cloroformos ambiguos negadamente indispensables. La vulgaridad rompe el ocaso como una campana balbuceante de baba y burbuja compungida. Retales de mi pensamiento desgrano ante la embustera promesa del silencio en bancarrota. Suenan los timbres, suenan los estúpidos teléfonos, suenan las alarmas y suenan las sirenas. Yo no quiero ser segundo plato ante la muerte. Solamente quiero despertar de pasión y desgarrado de sentidos ante la curva presagiada de las luces que destellan en la muerte súbita. No quiero más litigios en la comparsa de enlaces que se muestran a quemarropa y sin el consuelo de no ir a ninguna parte. No quiero legajos, papelotes y pergaminos. No quiero la acequia lúcida si no es la de un libro de bolsillo. Ni una estratagema ebria de ti en el impulso luminoso de los peatones que se besan en los pasos de cebra. No querer andar no es no querer vivir. No querer vivir no es abandonarlo todo. No abandonar no significa un último suspiro. Un plato repleto de berzas es como quimeras y rutinas preñadas de vegetales maneras de vivir.