Capplannetta and fever state

Llevo ya algunos años muerto. Estoy en un estado febril. Cuando el calor es frío y la nieve es fuego, has llegado invicto al descubrimiento de la fiebre y toda su complejidad bajo el invierno de los relojes con numeración romana. El estado febril anuncia como un preludio la lengua rota. Soy niño y anciano. Aunque soy un muerto con un solitario corazón de plomo. La infamia de los hombres se remonta desde que los mismos se acercaron al abismo. Acercarse al abismo es cosa de confiados hombres que se enfrentan a la gran verdad del silencio. Dicen que escribo tristezas y quizá tengan razón, pero la parada en la última estación es la fiebre. Ya eres viejo y en tu lugar nacerá otra esperanza nueva. Yo elegí mi destino, aunque exista gente que se vende al gran impostor del lamento. Habitaciones frías, prisa frenética, velocidad nerviosa. Es todo un conglomerado de sensaciones todas muy a flor de piel. Subsanada mí itinerante desidia, de mi manera cáustica de vivir, vivo entre vigilia y sueño con la desnudez intacta. Ahora que dejo los vicios de toda una vida, porque sí, soy un loser, lo que no soy es un hombre de acero. Frío acero. Así son las normas de mi juego. Debo aprender modales, me dicen, pórtate bien, y a lo mío lo ven delito, pero yo ninguna falta le veo. Siempre, o casi siempre, he ido saltando obstáculos y trabas que me ponen los amos de la sed. Beber el agua es una esperanza ciega. Bailar el agua es entregarte. Cuando tu boca es agua el sueño es fiebre singular. En fin, miramos al futuro con resignada voluntad.

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