Capplannetta and fever state

Llevo ya algunos años muerto. Estoy en un estado febril. Cuando el calor es frío y la nieve es fuego, has llegado invicto al descubrimiento de la fiebre y toda su complejidad bajo el invierno de los relojes con numeración romana. El estado febril anuncia como un preludio la lengua rota. Soy niño y anciano. Aunque soy un muerto con un solitario corazón de plomo. La infamia de los hombres se remonta desde que los mismos se acercaron al abismo. Acercarse al abismo es cosa de confiados hombres que se enfrentan a la gran verdad del silencio. Dicen que escribo tristezas y quizá tengan razón, pero la parada en la última estación es la fiebre. Ya eres viejo y en tu lugar nacerá otra esperanza nueva. Yo elegí mi destino, aunque exista gente que se vende al gran impostor del lamento. Habitaciones frías, prisa frenética, velocidad nerviosa. Es todo un conglomerado de sensaciones todas muy a flor de piel. Subsanada mí itinerante desidia, de mi manera cáustica de vivir, vivo entre vigilia y sueño con la desnudez intacta. Ahora que dejo los vicios de toda una vida, porque sí, soy un loser, lo que no soy es un hombre de acero. Frío acero. Así son las normas de mi juego. Debo aprender modales, me dicen, pórtate bien, y a lo mío lo ven delito, pero yo ninguna falta le veo. Siempre, o casi siempre, he ido saltando obstáculos y trabas que me ponen los amos de la sed. Beber el agua es una esperanza ciega. Bailar el agua es entregarte. Cuando tu boca es agua el sueño es fiebre singular. En fin, miramos al futuro con resignada voluntad.

Capplannetta y las tardes repetidas

Me consuelo con eso que dicen, de que no hay dos días iguales. Y quizá tengan razón. Pero las mañanas se superan con un buen café, y las tardes, repetidas tardes de merienda y café con leche, tardes, innumerables tardes que son el preludio de la noche silenciosa. Te das de bruces con la vigilia y el insomnio. Las tardes son casi crepúsculos que despiden a la luz. Luz que sobre todas las criaturas esculpe su luminoso resplandor y hacemos la pregunta que siempre hacemos. ¿Podemos ser libres bajo la luz del silencio? El silencio te sumerge en el eco y la reverberación del sonido con la música de la risa y la luz completa que en voz baja rueda en los espacios comunes. Piedra que corre no cría moho. Te cambia la sonrisa con la desgana y con la insatisfacción. Poco a poco vas descubriendo la realidad que te persigue. En el pasado mascas la goma de la inocencia feble, y cuando en el presente todo encaja, hay un ayuno de cariño que dura más de lo que creíamos. Por eso debe ser que el amor con amor se paga. Esas tardes. Tardes de siesta y entre todas las tardes, las tardes de domingo, tan lentas como la parsimonia de la vegetal odisea que parte de las semillas. Yo ahora soy un misterio que apetece ser visto, pero sin pose fingida. Es algo parecido a estar solo en una habitación y la vida hierve alocada por el viento. Me pregunto tantas veces mi paso por este mundo, que no tengo claro que sea parte de él. Hay quienes piden el fin del mundo, y los hay quienes no están invitados a ver el mundo. Existen razones para no creer en nada de lo pasado.