
Capplannetta sigue en este asqueroso mundo pero muy poca gente lo quiere. No, no voy a derramar lágrima alguna. Quizá derrame mi eterna desgana de seguir habitando éste inhóspito mundo donde no vale la pena casi nada. Los fulanos, los menganos y los zutanos todos se empetan sus anos. Y se cambian la chaqueta según les convenga. Los mindundis se empeñan en ser amos del mundo, y son ineptos titirimundis. Los viejos sabios, que todo lo saben, no saben que la vida nadie sabe como acabará con él, y no la muerte, que nos lleva al patíbulo como ciegos con un perro lazarillo. Sí, eso, Lázaro de Tormes escribió su propia biografía y tuvo Los Santos cojones de llamarse anónimo. Como si dejara la vanidad como una puta cansada de darle bola a los esclavos del deber. Sí, sigo en el mundo. Y no me pienso ir. Voy a seguir en él hasta que caiga rendido como un desmayado. Como un exhausto Fausto detrás de Margaritas acompañados de Mephistofeles ditirambos y malintencionados. Que buscan su sombra en la sombra. Que buscan una micra de veneno en los días por venir y en los porvenires idiotas. No creo en este mundo. Dios me ha hecho una putada. Y no me quejo por pendejo. Me quejo porque soy un niño y un viejo. Me río del mundo, porque ni él es eterno. Ni la luz del sol. Y la luna será una oscura incógnita, como acostumbra a serlo. Y no me digáis que la esperanza es lo último que se pierde. Por que yo la pierdo tantas veces que ya no la espero, ni creo en ella. Este mundo es una patraña. Capplannetta, acude a un psiquiatra, te sugerirán las remilgadas señoritas que viven ansiosamente buscando a su top 10. Y se equivocó la paloma, se equivocaba.