Capplannetta: Cap de turc

No todos somos longevos. Algunos mueren ahogados en el naufragio seco de esta vida beligerante. No vale la pena ser malo, el crimen no compensa. Cuando escogen al cabeza de turco no hay marcha atrás. Ya que su naturaleza la conocen hombres y mujeres ancestralmente como una herencia que se cuenta de manera oral de abuelos, padres y nietos. Los consejos son dignos de quién experimenta viviendo. Vivir para contarlo. Experiencia en sinsabores. La juventud es comer empezando por el postre. Lo he dicho tantas veces que en todas las tristezas está grabado a fuego. La vida es corta, suena a tópico. Pero es cierto. Cuando acabe el contrato que tengo con la editorial Vitruvio en mi novela poética Cibernética esperanza la pondré bajo dominio público. La muerte está tan presente en mi vida que me hace preguntarme, para qué el dinero, para qué la gloria, para qué la venganza y el rencor. El motivo de poner mi novela en PDF bajo dominio público es porque quiero decir al mundo lo efímero de todo aquello que queremos y que se va para nunca volver. Estoy triste y cansado y no lloro porque los chicos no lloran, tienen que pelear. ¿Dónde se fue nuestro amor? ¿En qué momento se vació el cariño y los besos por sorpresa? Somos tan egoístas y vanidosos que no reparamos en los pequeños detalles. La vida me ha enseñado a conformarme y dejar la ira fuera de mi vida. Ser cabeza de turco no es fácil. Todas las preguntas llevan a las mismas respuestas que hace un siglo, dos, o los que sean. Si yo pudiera retroceder iría a verte y te besaría. Como un beso de amor sagrado. Desoí las advertencias. Desoí los interrogantes. Desoír es por costumbre mi mejor defecto.

Capplannetta y la llaga incesante

En el pensamiento tengo una llaga con la que me tapo la cara. También mi vida precaria me causa dolor de llaga incesante, bajo los estrictos y puntuales pagos que se adjudica la banca. En la cárcel por tener deudas no me van a meter, pero estoy en una cárcel, ya sea de traslúcido cristal o de metraquilato. La espiga se alza por encima de nuestras posibilidades, y eso, es otra llaga que mata a la gente de hambre. Los buenos amigos no son solamente quienes te presten dinero, sino que trasmiten la esperanza del generoso hombre que renuevan la arcilla de Adán. La vida sencilla y con plenitud no conoce llagas. Llagas, las de los trabajadores, las del marinero, las del obrero. Porque entre sus días se despiertan somnolientos y devorados por la antigua manera del interés al 13% para gente como yo que es un 1%. ¿Quién es el genio que inventó los intereses? De verdad, los inventó el monstruo asqueroso del dinero fácil. De ganar, porque el dinero es un vicio repugnante para mí y para casi toda la humanidad. Se aprende de cifras con el contable, se moja el dinero parapléjico aunque volátil como un pájaro repleto de piojos. Se aprende las sumas y restas. Poco se divide, pero hay millonarios que multiplican ceros. Malditos hijos de perra. La Navidad es aberrante, la religión no hace a la gente buena, el ahorro es imposible, y en los supermercados se vende la vida ahorcada de los patíbulos y los barrotes de acero del código de barras y la manía asfixiante de almacenar. Este mundo es mío y tuyo, o quizá no pertenece a nadie, pero está tan sola la bola azul, la supernova esférica e inmunda de este mundo sin apetencia. No nos dejan ser lo que somos, pero puede que sea leyenda urbana.