
Me chirría el murmullo de los escondites aledaños al fracaso de mi oído y la somnolienta calamidad. Me frecuenta la gran verdad para que me digan que huyo con mi desnudez por las calles del miedo. Siento el ruido de las cerraduras en las cárceles de la memoria colectiva. Tengo tanta fe en el ruido invasor que dormito en las pupilas del sueño. Me cobran intereses por números rojos o por deudas con retraso. Hace años que dejé de ser silencio invisible. Y todavía aún recuerdo la muralla de Nicolás Guillén y la pared donde tramito mi credibilidad increíble. Me niegan la mayor porque soy un esclavo de los ruidos y ciego ante el mundo tan difícil y precario. No vivo en el pasado. Soy la puerta fría que no se abre jamás y las patasdecabra arrancan de un soplo el elemento leguleyo de la sequía del psicótico. Tengo la enfermedad del siglo que viene, aunque creo que se adelantará medio siglo y cuatro lustros. Llevo la muerte como una paloma negra sollozando en el verano sudoroso de los terrados. No creo en la muerte del alma, ya que la energía ni se crea ni se destruye, tan solo se transforma. A quienes le curen mis palabras le compensaría con la alegría escalofriante del corazón limpio. No quiero que lloren por mí los niños del soñar del primo lejano. No quiero soñar con el matagatos idiota y con él abandonado Peter Pan, pues me marcharía como Marco a buscar a mi mamá. Pero cada episodio es una decepción que se hace flácida de tristeza. Los hermanos no se pelean. Los amigos se dan la mano sucia para hacer las paces. Mientras el travelling se desliza por los exteriores-noche que tanto disgusta a los actores de reparto.