
Cuando un poeta habla mal de otro o es envidia, o es que este poeta que habla tiene aires de grandeza. Como decía Nietzsche, cada poeta escribe su propia realidad. La realidad de un poeta no puede ser igual a la de otro, salvo en casos que este poeta sea un epígono. La competividad entre poetas es antigua y prejuiciosa. Ya desde el Siglo de Oro había disputas y peleas retóricas por la envidia y la inquina hacia un poeta al que consideraban adversario. Yo no quiero entrar en disputas verborreicas que no conducen a nada. Sin embargo, en lugar de hermandad y el hecho de ser humilde conduce a los poetas hacia el escarnio deliberado, y eso se traduce en nepotismo y argucias de bajo copete. Yo no creo en la competición entre poetas o prosistas. Considero que esto no es un concurso entre rivales y proxenetas de la palabra edulcorada con retahílas derivadas de la superioridad que se dan muchos poetas tan solo por el hecho de concursar y merecer un premio. Los mismos que critican los concursos son aquellos que participan en ellos. En todos los ámbitos hispanoparlantes hay concursos, antologías y demás sitios donde los intelectuales de pacotilla escriben con la verdad hueca. Los litigios verbales se pagan con un elitismo que es putrefacto y jactancioso en muchas ocasiones. La escritura de competición viene a ser lo mismo que una carrera de caballos donde corre el caballo pero en realidad gana el jinete. En este ejemplo que expongo refiero como la obra literaria al caballo de carreras y al jinete el autor engreído y petulante que despliega todo su bagaje cultural a la afición ridículamente de la última palabra, como una sentencia, como un golpe de suerte, el azar es el ordenador.