
Cuando yo tenía un sol enorme en mi corazón todo el mundo me quería. Incluso en los eclipses, y en las sombras de la vida aperecía yo y el agua sonreía de movimiento trémulo. Cuando yo ayudaba con mi alegría y empezaba a cantar la nueva canción del silencio de una pieza todo el mundo se movía con mi paso de andariego con la inocente mirada. Cuando yo era un adolescente ciego de verdades, de verdades alegres y sin paradas en las estaciones de la melancolía, las amapolas esparcían sus semillas para dejar de estar solas en los trigales verdes. Cuando yo era silencio que brotaba como una fuente en el almuerzo de mi casa, mi casa era entonces un hogar de primavera, de luces y de felicidad que se acurrucaban en la placentera mirada de un niño soñando con las tardes de domingo y los sábados-noche en las planicies de la vida. Cuando yo era fuerte y guapo, como un galán de Hollywood o un protagonista de una película lacrimógena. Cuando yo convenía, cuando yo interesaba, cuando yo era preludio las chicas venían a escuchar mi canto natural y mi pureza era un puente entre un lado de la tarde esbelta y al otro lado la noche hermosa de lunas. Cuando yo era abrigo en invierno, regazo para bebés, batiscafo entre amarillenta luz de música para lobos y perros durmientes. Cuando yo era, porque un día fui, y eso ahora no lo recuerda nadie. Ni saben mi verdad los sobrinos de mi estirpe. Cuando yo era peregrino solitario que se limpiaba los zapatos con algodones y betún de negra y reluciente capa de esmero. Cuando yo mentía como un idiota inocentón que ahora siente vergüenza ante la mirada compasiva del cielo azul. Cuando yo era, porque un día fui nada más que eso.