Capplannetta y el enorme sol

Cuando yo tenía un sol enorme en mi corazón todo el mundo me quería. Incluso en los eclipses, y en las sombras de la vida aperecía yo y el agua sonreía de movimiento trémulo. Cuando yo ayudaba con mi alegría y empezaba a cantar la nueva canción del silencio de una pieza todo el mundo se movía con mi paso de andariego con la inocente mirada. Cuando yo era un adolescente ciego de verdades, de verdades alegres y sin paradas en las estaciones de la melancolía, las amapolas esparcían sus semillas para dejar de estar solas en los trigales verdes. Cuando yo era silencio que brotaba como una fuente en el almuerzo de mi casa, mi casa era entonces un hogar de primavera, de luces y de felicidad que se acurrucaban en la placentera mirada de un niño soñando con las tardes de domingo y los sábados-noche en las planicies de la vida. Cuando yo era fuerte y guapo, como un galán de Hollywood o un protagonista de una película lacrimógena. Cuando yo convenía, cuando yo interesaba, cuando yo era preludio las chicas venían a escuchar mi canto natural y mi pureza era un puente entre un lado de la tarde esbelta y al otro lado la noche hermosa de lunas. Cuando yo era abrigo en invierno, regazo para bebés, batiscafo entre amarillenta luz de música para lobos y perros durmientes. Cuando yo era, porque un día fui, y eso ahora no lo recuerda nadie. Ni saben mi verdad los sobrinos de mi estirpe. Cuando yo era peregrino solitario que se limpiaba los zapatos con algodones y betún de negra y reluciente capa de esmero. Cuando yo mentía como un idiota inocentón que ahora siente vergüenza ante la mirada compasiva del cielo azul. Cuando yo era, porque un día fui nada más que eso.

Capplannetta y las soledades de poetas

Muchos de mis compañeros de escritura, tanto poetas como prosistas acuden a presentaciones y actos culturales. Yo no es que sea un misántropo, ni tampoco un hombre condenado al ostracismo literario (ya basta de quejas lamentables) pero hay en mí una imposibilidad que me aparta de presentaciones y actos, como por ejemplo cenáculos donde mi persona se siente incómodo. Por motivos que no diré dejé hace tiempo de asistir a presentaciones y actos literarios. No es por mi enfermedad, tampoco por odiar al mundo, considero que las presentaciones es meter a la gente en compromisos y en mi entorno familiar hay poca gente que lea o les guste mi poesía. Y todo es porque mi palabra es tan libre (que no libertina) que a mis familiares les causa cierto dolor. No, no quiero ponerlos en compromisos. Dicen los que conocen este mundo literario que donde se venden libros es en las presentaciones pero yo prefiero crear vídeos-Performance antes que pasar un mal rato. Es gente que quiero y debido a mi miedo escénico de cara al público me pongo a temblar y no quiero hacer el ridículo. Por ese motivo prefiero los vídeos y las fotografías. Es un miedo escénico que antes no tenía, incluso he hecho radio en emisoras locales. Pero es algo que no puedo evitar. La gente cuando nota tu nerviosismo instintivamente se contagia irremediablemente. Por esa razón prefiero no molestar y quizá nunca llegue a nada por ese motivo, pero es algo que no puedo evitar. Antes tenía un inmenso sol en el corazón, y mis participaciones en eventos e incluso en recitales donde cantaba flamenco, ya son un pasado pisado. Tengo la certeza de que amigos míos del mundillo literario no tienen ese miedo escénico. De un tiempo aquí cuando participaba en un acto o evento literario se me secaba la boca, temblaba y el miedo era evidente. No pretendo de ir de víctima, pero la cosa es así, por suerte tengo el favor que me hacen buenos amigos que recitan por mí y son mi tabla de salvación. Antes era un hombre sin miedos, sin complejos ni situaciones incómodas. Repito, no es misantropía ni complejo de inferioridad. Es algo que no puedo evitar. Pero ahora intento participar en revistas y en antologías, aunque no me considero un poeta excelentísimo. La palabra es para sanar el mal del tedio.