
Cuando duermen las acequias el fango se hace visible. Un cuerpo que parece impoluto miente ante la gran verdad de la vida y se ríen de él y no se da ni cuenta. Ven serio el suicidio del tiempo, y un escalón de hielo sube por la escalinata del silencio. Hubo una vez un peligro, un peligro desnudo e inquieto, en la rozadura que deja tras de sí el develo. Un poeta no es nada ni nadie, es un jazmín sin olor y olor se despliega en la noche, cuando la vegetal presencia duerme como las acequias. Yo no soy mal nacido, ni mi madre da besos por botellas de cerveza. El oropel de las sustancias selectas se esconde taciturno e incesante como un escalofrío De Dios. No. No más noches entre la acequia que duerme. Que cuenta su sueño de agua en la vértebra rota del lamento. Las malas hierbas se unen en la plegaria, y un aliento de piedra y ladrillo se vuelca ante la regadía del sol. Una avispa se posa en la noche y pretende punzar a la luciérnaga inocente, que solo luz y belleza la mueve. Sus alas son de mosca pequeña y breve, pero al alba la acequia espera la caricia del agua. Agua que estuvo estancada y ahora corre ciega de libertad. Es veloz el mundo desnudo, más veloz que el sol del mediodía. Un radiante espejo es el agua que de noche su carne quieta deslumbra. Alguna bacteria y alguna molécula de sudor de hortelano brilla de lúcida visión primigenia. El hombre con su azada crea el milagro del fruto. Y sólo la ortiga y el viento mienten más que un mundo seco. No voy a morir de noche, tampoco en la tarde con cielo vainilla, moriré una mañana sin lavarme la cara. Es pesado caminar para ambos mundos, pero cuando las acequias dormidas se preparan para las cosechas hermosas. Hermosas y generosas como palabras que parecen hormigas. Leche de hormigas no le faltan al niño, ni un bote de colonia Nenuco, ni un potito Nestlé que se acerque. Las acequias dormidas sueñan en la víspera del regadío, y nada ni nadie trabaja lejano de los regueros del pensamiento. Me gustan las novedades del huerto. Entre patatas y tomateras todavía verdes se asoman ante la ceguera de los topos. Una lombriz cruza con su silencio tragando el barro de las acequias dormidas. Y una mentira la sujeta anfibia.