Capplannetta y los habitantes de la mente

¿Quién no tiene un recuerdo o tal vez un pseudo olvido hacia personajes que se han cruzado en tu camino? Todos tenemos amigos, fantasmas, sombras desde amores pasados y la familia. Los habitantes de mi mente son discursivos, hacen ruido, crean miedo en según qué ocasiones. Es parte de la soledad en penumbra que muchos padecemos. Ahora, bien, también hay habitantes que abandonan tu vida. Tu vida con placer estando tranquilo y en armonía. Los habitantes de mi mente son recuerdos que he vivido como si de espejismos se trataran. Me pellizcan con uña de pulgar momentos delicados que no merecen ser recordados. Más bien tienen permiso para esfumarse cuando antes mejor. En esta vida me quedan por conocer a más habitantes de mi mente. Pero yo, que soy una especie de misántropo del siglo XXI me he dado de bruces con el desprecio y vacías actitudes que me llevan al tormento. Amigos, he tenido amigos, pero por motivos que no diré, de la noche a la mañana se van de tu vida. Pero se quedan como habitantes moviendo muebles en la noche, haciendo agujeros con taladros, y a veces parece haber caballos en la mente. Suenan los cascos de caballos que se desbocan y crean un miedo al sonido. Al de afuera y al de adentro. Siempre he optado por no preocuparme por las ausencias, aunque vaya a contracorriente, las he buscado sin éxito. Los habitantes de mi mente se escapan, reaparecen, se vengan, se contradicen y se ocultan desnudos ante la vida conexa. Algún día desaparecerán los habitantes; eso será cuando muera, pues nada material ni metafísico me traerá la parca. Me traerá nada. Lo mismo me convierto en alma en pena. Suenan los muebles, escuchas transeúntes nocturnos. Todo es imaginación.

Capplannetta de otro planeta

A veces he creído ser de otro mundo, de otro planeta. Aunque gracias a mis padres y hermanos (que siempre me trataron con respeto) no he perdido la cabeza como otros la pierden. Podría, ya que a veces me he creído distinto, decir que vengo del planeta Ganímedes y de un mundo llamado Raticulín. Pero no, tampoco quiero ser Napoleón, ni en el caso de la escritura, me he querido parecer a ningún escritor consagrado. Pero no. Todavía se puede hablar conmigo. Aunque muchos duden en hacerlo, pero eso es otra historia. Si fuese de verdad un loco saldría a la calle a gritar y que la gente se riera a carcajadas. Lo que sí existe en un ser con una enfermedad psíquica es mucha estigmatización. Desde que me quiero, ya que he tenido mis horas bajas, hago todo lo posible por ser yo mismo. Conozco mi nombre, y mucha gente lo conoce porque lo llevo tatuado con zumo de limón. Desde que quiero ser yo porque me quiero he tomado partido en crear, ya sea mala o buena, una poesía que escapara de lo clásico para poner la piedra filosofal (que nunca he encontrado) en los cimientos de mi casa. La gente que me contempla como un loco ven un envoltorio. Pero lo único que busco a mi edad es vivir en paz. Con Dios y con los hombres. He perdido a gente en el camino debido al estigma que no me abandona. Es una cruz que porteo por lo que la vida para mí no es y no ha sido nada fácil. Nunca he tratado de ir de poeta ni de intelectual, soy un chico de extrarradio. He vivido tan deprisa que le vi las orejas al lobo. Y casi me come, creánme. Pero no me he vuelto loco, a sabiendas lo raro que me han parecido algunas cosas que no diré, ya que entonces sí seré un loco, un loco y un irresponsable. No me preocupa demasiado lo que digan de mí, pero locos, sosias como yo, estamos ya predestinados y la gente espera de nosotros la evidencia. ¿Es coherente que me tachen de loco cuando sufro lo que siento, y si no sufro, intento ser lo màs amable que pueda? Ser amable no cuesta nada, y la gente lo agradece bastante. Con un poco de equilibrio puedes ser tú mismo. Que te digan loco es aberrante, es estigmatización, es intolerable.