
A menudo aparece la psicosis como un enorme monstruo que viene con hambre atrasada. A mí, que vivo solo, cuando entra en mi psique la intrusa traidora (la psicosis) toda la casa se hace suya. Me espera en los ruidos, en los fantasmas que yo mismo creo, en mi soledad amarga que nadie quiere entender. Cuando la psicosis viene a mi encuentro no hay lugar para dos osos feroces en la misma cueva. Primero, me asalta con sus agujas y luego vienen los miedos. Excelentes compañeros en la noche y en la tarde. Cuando la psicosis me deja paralizado, aterrado, confuso, se apropia de mi alma como un juguete usado. La psicosis la creo yo tirando del hilo de la sugestión. La psicosis se lleva bien con los suicidas, con los mártires del deber, con las vírgenes sin Aleluya. Un día de estos la miraré a la cara y le diré: —vieja del demonio ¿qué quieres de mí? Ella, muda y terroríficamente molesta me avivará las brasas como si de una fragua se tratara. He despertado muchas veces a los monstruos de mi miedo. Aparecen de noche. Cuando las últimas gotas de silencio dejan un sonido en cada parte de mi cerebro. El silencio invita a la psicosis y el ruido la hace ganarme la batalla. Una batalla que sé de antemano tengo perdida. Cuando la psicosis se hace dueña de mi casa es porque yo la he azuzado como un perro sanguinario. Se lleva mal con la calma, con la tranquilidad, su aliado es el miedo, y sobre el miedo es importante añadir que en soledad juega con las sombras de mi noche. La psicosis me aleja del mundo, me creo mi propio mundo interior; solamente encuentro paz cuando las luces están hartas de sol.