
Lloro con la sequedad del agosto, sumergido estoy en una manera rara de vivir. Respiro porque oxígeno preciso pero me ahoga en los intervalos de voces que son mías. La angustia y la promesa de no ser nadie me han hecho un traje a medida con las nueve plegarias de razón sola. Canto, luego canto, y después implora. Soy emisario de la volatilidad efervescente de un pensamiento incauto. Vivo en una cárcel y soy yo el que posee las llaves de las celdas. A un mar me metí entero y el salitre y el yodo se unieron ante la cicatriz reciente, quise curar mis males con conversaciones sin hueso, hablar y de tanto hablar, se secó el lagrimal escocido. La muerte me espera en el baile, todos los que me conocen lo saben, por eso huyen de mí los obituarios y las esquelas del miedo. Un día partiré desde mi mundo de elegantes zapatos y camisas de seda, no pretendo ir desnudo, pero hay miles de formas de desnudarse. La mejor es la que te invita al amor con gozoso gemido. Las chicharras del silencio roto se hacen fosfato y cloroformo entre los plenos preludios de la calentura a cualquier hora. Los yonquis salen de sus mugrientos amaneceres y van deprisa a la entrega del flash y compañía. Coágulo como un moco a media jornada se hace embutido de sangre y víscera que canta, y canta e implora. Yo tengo un remedio para hacer amigos, y es reírme de mi tristeza, y disfrazar mi melancolía. Un ser como yo, hijo cautivo de voces y bostezos, se lamenta de la vida ya que su vida es otra, su mundo otro, y rota en pedazos está el hielo que imita al vidrio, al perfume sin rosa y jazmín, un mundo nuevo busca la verdad ciega de bucear, pues es sumergir, sumergir y sollozar el peso físico de los kilos en agua. La selva conoce la humedad del musgo, la orfandad del fango que impide el regreso a la sequía y los restos de fuego en el campo ya no los permite la autoridad quiebra ley. He visto deshojar margaritas a las muchachas que buscan marido, he visto llorar por capricho y al capricho enamorarse de la generosidad que calla. Hubo una vez que tanto canto, tanto canto mi alma implora que aprendió los sobresaltos del tropiezo de aurora.