Capplannetta aúlla

En ocasiones me pongo a aullar como una alimaña sedienta de humanidad noble. Me saco de mis casillas y me retuerzo entre tanta inteligencia y culturalismo depredador. Como una plaga de obsesos de la última palabra veo a los listos chupatintas exhibirse ante una multitud de seres que valoran más la palabra intelectual repleta de pedantería inmediata. A la vez que instantánea. Aúllo de ostracismo. Por eso prefiero mil veces un ser humilde y sencillo antes que un burócrata de la alta y la no tan alta cultura fría y carente de humanidad. El hombre ha olvidado quienes son los que mueven el mundo. Los intelectuales a base de verborrea y de literatura cruda acercan el ascua a eso que llaman postmodernidad tardía. Es complicado verse reflejado ante la pose de eruditos descafeinados ante la única verdad de que más vale una vida sencilla, no sin ignorancia, antes que una cordura pormenorizada de filosofía barata. Antes que un intelectual prefiero a un anciano dando explicaciones sobre un campo de concentración. La gente humilde es la que vale. Aprecio a ese tipo de gente que enseña con experiencia a una plaga de repelentes que se creen amos de la lengua ya que dominan el idioma. Me gusta esa gente que destroza el idioma. También me gustan los sabios que callan lo que saben. Un erudito es un hombre curtido por la pesca en alta mar, un erudito es aquel que señala con el dedo una galaxia de brillantes astros. Los teóricos no heredarán un mañana. Lo heredarán aquellos que programan códigos como sonetos de Quevedo o letrillas de Luis de Góngora. Existen ignorantes que enseñan más con un rebaño de cabras, y un campesino de invernadero que toda una saga de verborreicos que han visto vida desde un libro.