La Bailaora

Ella está colocando unas gomas para hacer más flexible los zapatos para taconear. Vivimos en Santa Cruz, barrio sevillano por excelencia. Ha cosido las gomas a los zapatos de tacón con hilo grueso. Ahora, cuando baile con su traje de gitana, puede torcer los tacones.

Nunca se ha visto ni en Andalucía ni en toda España una bailaora como ella. Obnubila verla bailar. A mí cuando levanta los volantes del vestido me pone cachondo. Sí, me excita mucho. Las mujeres andaluzas son especiales, y más si son bailaoras como la mía. Se pone todos los adornos de gitana, su peineta, sus pendientes a juego, esos labios pintados, parece una Mona Lisa flamenca. Cuando más fantaseo es cuando baila, me pone a cien. A ella le gusta provocar. Levanta sus volantes mientras que los palmeros, los tocaores y el cantaor se embelesan con su arte, yo cuando la veo bailar con esa gracia, me lavo y hago el amor con ella. Es una bailaora con tanto arte que despierta deseo en los hombres, y en algunas mujeres. Se pinta la raya con un lápiz de ojos como una Cleopatra.

Para mi no hay otra igual. Es la mejor bailaora, y aunque provoque arremangándose las enaguas de su vestido de gitana ella es solo mía. Muchos han tratado de llevársela a la cama, pero ella les dice: —Cuidadito que tengo marío’. Y espanta a los moscones. Es buena en el baile, pero su talento posee sensualidad y provocación, ¿acaso no es el arte flamenco una pena apuñalada por la alegría de todo el cuadro flamenco? Ser flamenco es disfrazar las penas con la pureza del cante. Lo mejor de todo es cuando se arremanga el vestido y con sus tacones taconea al compás por bulerías, por tangos y soleares clavas’.