
Me gusta mucho vivir aunque vivir no sea nada fácil. Cuando detrás de los síntomas están los diagnósticos todo se vuelve lento y oscuro. Pero así es la vida. A ti, a mi, a vosotros, a los que la consumís a lo largo de los años, viene envasada, manufacturada, edulcorada, y parece casi artificial. Pero es un peso muerto que engorda cada lustro. Todos tememos en perder la cabeza. Perder la cabeza es abandonarte a la poca suerte. Y se escapa como un globo, como una bola de helado que cae al suelo, como un dilema que se te presenta sin quererlo. Este mundo pertenece a los que sin corazón se comen a bocados nuestra existencia. Y somos perdedores y ganadores en un mismo tablero. Hay que comprender que para muchos la vida es una broma pesada, y para otros una fiesta inacabable. Pasan los días y entre caprichos y desastres vagamos por los bulevares de la melancolía. ¿Y donde están los vividores? Esos que nos sacan la sangre gota a gota. ¿Dónde están los derrotados? Están mascando simulacros de permanencia ante unos espectadores que ríen de cualquier cosa. De cualquier débil. De cualquier noble alma cándida.