
Tanto caos había en Andalucía que el Todopoderoso creó un homúnculo. Las gentes de la Andalucía dependían de señoritingos que manejaban a la gente del pueblo entre la analfabetización y la incultura detestable. Entonces Dios dispuso creando un hombrecillo curioso. Que a medida que iba ganando en conocimientos iba agrandando su cuerpo. Llegó a albergar tantos conocimientos que pasaba desapercibido entre los hombres. Se hizo fraile franciscano. No le interesaban ni la milicia ni la vida de agricultor. Y Dios le dio el don especial de hacerlo inmortal. Así pasaron años y años estudiando y comprendiendo el mundo. Colgó el hábito de fraile y consiguió hacerse escribano. Incluso el mismísimo diablo se asombraba del acervo aprendido y le tenía cierta envidia por ser obra pequeña y creada por el gran Señor de los cielos. Y que engrandeciera su cuerpo y su saber entre culturas y etnias distintas. Sabía lenguas dispares, aunque él solamente hablaba en castellano. Al ser inmortal llegó a nuestra era y conoció temas informáticos y entendía a la perfección el Internet de las cosas y la inteligencia artificial. Era, además de erudito desde sus tiempos de fraile y escribano, un gran aficionado a la poesía. La gente se interesaba por si guardaba celibato o había hecho voto de castidad. Y él se reía. Poco conocían de su vida de antaño. Estuvo con muchas mujeres en el tiempo que fue fraile. Y ahora no es que guardara votos de castidad o practicara el celibato, simplemente quería experimentar el placer de masturbarse con un melón con un orificio en un extremo. No quería enamorarse, tampoco le interesaban las féminas sexualmente. Solo quería tener contacto con ellas para hablar, ya que pensaba que eran menos superficiales que los hombres. Aunque con hombres modernos, de vanguardia e inteligentes mantenía grandes tertulias que siempre acababan en enfrentamiento. Llegó a hacerse tan grande que destacaba por su altura ante otras personas. Era un prodigio de la naturaleza. Desde que era un homúnculo que no medía nada más que siete centímetros, había agrandado hasta hacerse un hombretón de un metro y ochenta centímetros. La curiosidad, el buen comer y el buen folgar lo hicieron hombre más viejo y sabio que Matusalén o Zoroastro o el Rey Salomón. Pero el aspecto que mantenía era el de un hombre adulto con cierta juventud. Aprendió trucos de cocina, aprendió a recitar los sonetos de Shakespeare y conocía El Quijote al dedillo. Era hombre de letras, de saberes gastronómicos y era también un gran conocedor de la cultura árabe. Algunos envidiosos le colgaron el sambenito de santurrón, de hombre asilvestrado, incluso de cabrero. Pero él se reía. Ya que conocía por libros y por poemas clásicos que el hombre a más austero más caballero. Nunca lo vieron tomar una gota de alcohol, tampoco drogas de ningún tipo. Pero sí fumaba y tomaba café. Aprovechaba su tiempo libre en investigar sobre computadoras cuánticas y tenía ideas adelantadas a su tiempo. Así era Capplannetta en los primeros tiempos.