Capplannetta al atardecer

En los atardeceres su luz de anaranjada canción, más dulce y esbelta es cuando se entregan las mujeres con su mojado vientre de rosada carne. Se acercan con su valiente porte de estrella a dos mundos que comprenden bien. Entre el cielo y la tierra no hay nada ni nadie oculto, y una piel jugosa, sabrosa y mil veces más. Cuando el atardecer te dice No vayas sabe que la mañana inocente con flores regresará. Y dos jardines y un erial serán sus bocanadas de salmón. Hasta que la zarpa del oso engulla lo que tiene que tragar. Al atardecer las flores son albas evaporadas, y un suspiro por el silencio ha de brotar como un cúspide de semilla estéril. La aurora le pone una flor en el pelo a su galán luminoso que de tarde en tarde llegará puntual como un metro subterráneo. Los domingos son para el atardecer empalagosos y lentos, inventan juegos en el adolescente simulacro. Una tortuga vieja lo ha visto y lo calla porque puede romper el silencio. Es el anciano de lengua rota lo que le interesa amar sin espinas. Montones de chatarra carga la miscelánea patria que se arrodilla desmayada. Un milagro espera un aleluya en el crepúsculo más triste, y un limón se cuadra ante fantasmas de batallas en el hogar. Orillas se llevan todo el origen de la pasión del hombre, y una armónica sueña con un blues que entone sangre. La sangre principal en el aire coagulada busca un bostezo embustero cuando la luz es gris con un celeste ambiente. El atardecer más bello vive para ambos mundos. Y un juego de pólvora inventa para tener el ruido como un iracundo jovencito travieso. El atardecer se apaga, cuando el atardecer se apaga, la noche más cautivadora la besa sin pensarlo. Y el atardecer es mañana y mañana es de noche. Y así será por siempre mientras haya mujeres y hombres con sueños. La tarde en que me hice un hombre solo no la olvidaré jamás. Por el amor de Dios, hermano, no digas que soy ola de mar y que yo sola voy y yo sola me encuentro. Hay en el paladar del viento un aire que maneja mi movimiento y la luna eterna elabora las mareas. No soy culpable de la traición a la noche. Un gorrión gris nace porque su nido está rodeado de grises. Grises urbes de alquitrán y contaminación. Yo soy sueño porque sueño ha de ser la plegaria del atardecer. Mi plegaria está embarrada de despreció absoluto, y quiero ser eternidad en el atardecer donde me hice hombre. Aunque un niño se incline como una espiga alta nunca olvidaré a los amigos del metal y a los compañeros marinos que se desnudaron conmigo en el mismo vestuario. No dirá nada mi madrugada de luna amarilla, y un beso de carne esbelta compré porque el dinero es mentira y la verdad es entregarse. Entregarse por nada y sin ningún interés. Como un Cristo en distintos evangelios y viejos testamentos. Hubo una vez alguien muerto que anheló ser noche estrellada.