
Con tu lengua rasposa de gato me dabas medicamento oral y yo guarique mejor necesitaba. La sequedad de tu boca consiguió resguardar y que un caracol se metiera en su rosca de nácar. Yo nunca pensé que un Adán castrado era el espíritu que a mí me esperaba. La lluvia afuera era mi escena de hombre que dominaba la lengua única que placer te otorgaba. Lo que no llegó ayer llegaría mañana, pues como mujer de tu grande espalda mi lívido no inspiraba. Medicación oral a deshoras me encerraba. Un poeta debe ser el pájaro silvestre que se posa en todas las ramas. Y en tu camino de flor desflorada nunca me puse un sombrero y tu camino era de agua y solo agua. Por esa razón respeto el secreto que de ti me alejaba, pues pocas veces llegué a la cumbre, la cumbre donde el estaño se derramaba. Repudiabas mi beso de cielo, odiabas mi camisa blanca, y te alejaba mi aliento a tabaco, y otras promesas que fueron baladas. Yo nunca quise engañarte a pesar de que me mordían las damas. Pero yo por ser fiel te juré lealtad con el alma. Ahora soy otro Adán, sin Eva y sin ayuno al alba. A veces he sido embestido por mi torpe cárcel de jaula, y en otros momentos esperé la sopa boba que espera un mañana. Hoy soy latido rojo, tan rojo como la sangre, y esputo desde mi gemido de magma la gran tentación de la que tú renegabas. Hoy soy un mocito y un viejo, he aprendido a decir sí y desde luego. Soy preso de las carnes morenas que soñé desde mi temprana mañana. Ya no creo en misas, ni en Navidades sin eco, las luces son vegetales con guirnaldas que cuelgan del techo. No ofrezco promesas al aire, ni tampoco cuento cuentos, cumplo en dos mitades un abrazo, un beso blanco y un decente Nos vemos.